Por Cristina Briño*
La cuenca superior del valle de Aconcagua, específicamente la zona ubicada entre las ciudades de San Felipe y Los Andes, incluyendo sus localidades aledañas, corresponde a un territorio cuyas características geográficas y climáticas han permitido a lo largo de su historia un asentamiento humano basado en el desarrollo productivo agrícola, que ha ido configurando a través del tiempo un paisaje de carácter rural.
En él, podemos encontrar extensas longitudes de cercos de terrenos ejecutados en tapial, técnica constructiva de tierra apisonada, actualmente muy poco común en Chile, que generan una espacialidad particular y le otorgan singularidad al paisaje respecto de cualquier otro de similares características territoriales en el país.
La técnica del tapial existe en el mundo desde hace varios miles de años. Pero en nuestro país el origen de las tapias, como se le denomina a estos muros (Guzmán 201), se remonta a la época de la Colonia, cuando mediante la implementación de políticas de ordenamiento territorial, se instruyó a la población edificar viviendas en adobe y cercos en tapial como condición para la obtención de títulos de dominio en todo el valle central de Chile (Lacoste et al. 85-116).
En la actualidad, el valle de Aconcagua es el único donde aún se puede observar la presencia masiva de estas tapias que, construidas por maestros especializados en el oficio del tapiador, mediante una ejecución completamente artesanal, evidencian saberes ancestrales transmitidos a través de generaciones desde hace más de tres siglos.
A partir de la investigación realizada (Briño 92-100), se logró detectar la presencia de al menos 1.392 tapias de distintas longitudes distribuidas en todo el territorio, las que en total suman más de 84 kilómetros lineales, seis veces la distancia entre los centros de Los Andes y San Felipe. Muros de gran valor documental que se manifiestan en el paisaje y que permiten establecer que corresponden a elementos patrimoniales que unifican el territorio en términos espaciales y culturales.
Entre las conclusiones más relevantes de la investigación (Briño 196-197), destaca el descubrimiento de una cultura constructiva local, propia del valle de Aconcagua, que se evidencia en tres aspectos. En primer lugar, en las variaciones de la técnica respecto de su ejecución en otras latitudes del mundo. En segundo término, en una amplia variedad tipológica definida por la diversidad de materialidades en sus distintos componentes (cimientos, bardas, elementos adicionales entre hiladas y terminaciones de muro), que manifiestan una riqueza vernácula en tanto la búsqueda de soluciones técnicas mediante los recursos naturales que se encuentran en el entorno. Y finalmente, en el alto grado de conservación de la gran mayoría de las tapias a pesar de encontrarse en una situación estructural de alta vulnerabilidad para los sistemas constructivos de tierra, por tratarse de extensos muros sin ningún tipo de elementos transversales que eviten su volcamiento ante esfuerzos sísmicos. De un total de 250 tapias analizadas en detalle, a pesar de su antigüedad sólo el 6% se encuentran muy deterioradas o completamente destruidas, mientras que el 71% se mantiene en un buen estado o con daños menores que no afectan su estabilidad, situación determinada por la esbeltez del muro, es decir, la relación entre su espesor y altura, sumado a la resistencia mecánica de las mezclas de tierra utilizadas.
Todo lo anterior da cuenta del grado de sabiduría alcanzado por los maestros tapiadores del valle de Aconcagua y de cómo a través del tiempo, en un proceso paulatino y constante, han ido adaptando la técnica a las condiciones locales, reconociendo las particularidades específicas del contexto. Son estos factores en los que radica su valor patrimonial, al adquirir un carácter propio que se manifiesta en el paisaje y que configura parte importante de la identidad local.
Sin embargo, en las últimas décadas, el escaso reconocimiento del valor patrimonial de las tapias por parte de la comunidad, ha permitido que la imposición de los procesos de globalización y las presiones de desarrollo del mundo contemporáneo en el territorio causen efectos muy negativos sobre ellas. La aparición de nuevos productos industriales en el mercado y la masificación de sistemas constructivos prefabricados, han ido desplazando las técnicas tradicionales en tierra, al inspirar mayor confiabilidad y no requerir de mano de obra especializada, ni tampoco de grandes mantenciones. Si bien la construcción en tierra trabaja con materia prima de fácil acceso y muy bajo costo, la pérdida paulatina del oficio, cuya consecuencia directa es la escasez de mano de obra, han derivado en que los nuevos sistemas resulten más económicos. A su vez, el desarrollo inmobiliario descontrolado ha ido invadiendo el territorio y modificando irremediablemente el paisaje. Las necesidades habitacionales generadas principalmente por la industria minera de la región, han significado la proliferación de conjuntos habitacionales que, en su arquitectura, no reconocen el contexto local y sus tradiciones constructivas (Gallardo 8). Así, podemos observar cómo en lugares cercanos a los centros urbanos, cuyos usos de suelo originalmente eran agrícolas, actualmente se evidencian grandes condominios de viviendas, resultando en una intensiva demolición de tapias para ser reemplazadas por nuevos cierros, que en ocasiones buscan replicar la imagen de éstas a fin de entregar una apariencia propia del paisaje rural. Como consecuencia, parte importante de las tapias han ido desapareciendo y son cada vez menos los tapiadores que aún ejercen su oficio, lo que pone en riesgo la continuidad de este patrimonio vernáculo, tanto material como inmaterial.
Actualmente nuestro planeta pasa por una importante crisis medioambiental. El calentamiento global generado por el aumento en la producción de gases que intensifican el efecto invernadero, principalmente el CO2 por el uso de combustibles fósiles, ha significado alteraciones importantes en la estabilidad climática, entre las que se registra una considerable sequía que más temprano que tarde volverá insostenible la agricultura y la producción de alimentos, poniendo en riesgo la salud y prosperidad de las comunidades (Edwards 21-22). Estas consecuencias han repercutido notoriamente en el valle de Aconcagua.
Para hacer frente a esta situación, la comunidad local como ente activo, requiere de la adopción de ciertas prácticas, entre ellas la constructiva, que minimicen el consumo energético y generen un círculo virtuoso en cuanto al manejo del medioambiente. En este sentido, el uso de la tierra en la construcción se presenta como una buena alternativa, al ser un material disponible de manera abundante en el lugar, cuyo consumo energético es mínimo al no requerir de largos procesos productivos desde su extracción hasta su puesta en obra, sumado al factor fundamental que corresponde a un material cien por ciento reciclable. En efecto, en la actualidad, por este motivo a nivel mundial, el uso de la tierra en la construcción ha vuelto a ser relevada, como un material ancestral y sustentable que se proyecta hacia el futuro.
En nuestro caso, la técnica del tapial, existente en el sector desde hace siglos y siendo uno de los sistemas constructivos en tierra que requiere menor consumo de agua, se presenta como una oportunidad para refundar el necesario desarrollo sostenible en la identidad local, reconociendo aquellas características que convierten a la cuenca superior del valle de Aconcagua en un lugar único en Chile.
Por este motivo y a partir del estudio realizado, luego de relevar la particularidad de alta presencia de tapias en el valle de Aconcagua en una de las peores condiciones estructurales para los sistemas constructivos en tierra, es razonable plantear en este territorio la aplicación de la técnica del tapial ya no sólo como muros de cierro sino también en edificaciones, las que mediante una configuración de muros perpendiculares propia de un recinto habitable, en un trabajo estructural mancomunado, reduciría considerablemente su vulnerabilidad sísmica. En este sentido, impulsar una normativa nacional para construcciones nuevas en tierra cruda es el primer paso.
Se trata entonces de generar una arquitectura contemporánea que sea capaz de reconocer las bondades de un patrimonio vernáculo que a través de la historia se ha basado en las leyes de la naturaleza, estableciendo una relación armónica con el entorno, a fin de generar un círculo virtuoso entre pasado y futuro.
*Arquitecta (2011) y magister en intervención del patrimonio arquitectónico (2021), ambos por la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de Chile; profesora ayudante de taller de licenciatura en arquitectura en la misma casa de estudios; profesional del área de Territorio de la Secretaría Técnica del Consejo de Monumentos Nacionales; y miembro del Comité de Patrimonio Arquitectónico y Ambiental del Colegio de Arquitectos de Chile.
Referencias bibliográficas:
Briño, Cristina. “Las tapias como elemento patrimonial que singulariza el paisaje rural de la cuenca superior del valle de Aconcagua en Chile. Proyecto de puesta en valor y lineamientos de intervención. Actividad Formativa Equivalente a Tesis. Santiago: Universidad de Chile, 2021.
Edwards, Brian. Guía Básica de sustentabilidad. Barcelona: Gustavo Gili, 2004. Impreso.
Gallardo, Camila. “Muros que cuentan historia. El sistema tradicional de construcción con tierra en el Valle de Aconcagua. Un análisis desde la antropología”. Tesis. Universidad Austral de Chile, 2014.
Guzmán, Euclides. Curso elemental de edificación. Tomo I. Santiago: Facultad de Arquitectura y Urbanismo. Universidad de Chile, 1990. Impreso.
Lacoste, Pablo, et al. “Tierra cruda y formas de habitar el reino de Chile”. Scielo.cl. Universum, Vol. 29 n° 1. Web. 2 abril 2019. https://www.scielo.cl/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0718-23762014000100005.