Ritos cotidianos: experimentación que resiste

[RESEÑA]

Antes de los ritos

Desde muy chico quise aprender a tocar un instrumento musical, pero nunca me pescaron. Era caro, no había plata y, supongo, pensaron que sería una moda pasajera. Era la época de los guitarristas de pelo largo, ropa bien ajustada y estilos de vida marcados por el consumo de alcohol y drogas que se mostraban en videos de canales como MTV. Sin embargo, no era eso lo que más me llamaba la atención, sino los sonidos que salían de sus instrumentos.

Siempre soñé con poder componer en guitarra una canción que expresara alguna idea o sentimiento propio, no obstante, no tenía ni herramienta ni clases de música decentes en el colegio. Bajo el modelo educativo, todo era memorizar y cantar una canción típica, aprender los tipos de instrumentos, pero bajo ningún punto acercarse a uno. Por aquella época la escolaridad dejaba bastante que desear: el pelo debía estar corto, vigilaban que usáramos el uniforme completo, nos presionaban por obtener buenas notas para, ojalá, ir a la universidad. Por esa misma razón algunos se inscribían en un preuniversitario, tomando aún más clases con la esperanza de tener un buen puntaje en la PSU y así elegir una carrera que les permitiera llevar una vida mejor a la de los padres. Si bien hay algunos cambios en el modelo, aún existe la presión de ese exitismo.

En esos años no me sentía motivado por tal idea. Quería tener una banda en la que pudiéramos estampar lo que nos pasaba. A los 15 en la ciudad de San Felipe, junto con unos compañeros de curso, decidimos formar un grupo musical. Lo gracioso era que ninguno tenía instrumento y mucho menos, sabíamos tocar; por eso nos anotamos en un taller de folclor donde había parte de lo que necesitaríamos: batería, bajo eléctrico y guitarra acústica. El taller solo nos sirvió como acercamiento físico, nadie nos ayudó a entender el uso o la lectura musical. Ni siquiera logramos ser constantes, más bien, de a poco fuimos equipándonos e imitando a “grandes” referentes (casi puro grunge y rock noventero). Algunos aprendieron a tocar, no fue mi caso. 

En esa utopía de adolescencia sanfelipeña conocí a Felipe, quien simulaba tocar bajo en una guitarra acústica en el patio del colegio (creo que tocaba Around the world de RHCP). A diferencia de la frustrante experiencia en el taller, él me compartió las primeras nociones de lo que era tocar un instrumento y comprender que, además del don, también es esencial la práctica y tomar en serio lo que para muchos era un hobby

Tras casi 20 años de eso y aproximadamente a un año y medio de tomar clases de guitarra y  teoría musical por primera vez (para no enloquecer en pandemia), me permito reflexionar sobre las formas en que he consumido la música, las plataformas en que se distribuye, los efectos económicos y creativos de la misma pandemia en el gremio de los artistas nacionales y los gestos de resistencia en el arte musical; todo esto a propósito del lanzamiento del primer albúm de Felipe Martinez, presentado el pasado 17 de junio. Ritos Cotidianos vol. 1, que es el resultado de la colaboración entre varios artistas que se desenvuelven tanto en el ámbito de la música improvisada como en el jazz. La propuesta, orquestada por Felipe, se basa en la fusión de múltiples géneros. 

Actualmente Felipe es bajista profesional titulado por la Escuela Moderna. Profundizó su especialidad teniendo como profesores a Marcelo Villegas (Escualo) y Pablo Lécaros (La marraqueta). Comenzó a participar en diversas presentaciones dentro de la Escuela. Más tarde siguió su formación musical tomando clases con artistas ligados al jazz y la improvisación libre como Edén Carrasco (Akineton Retard), Miguel Peréz (Mandracula-La Banda del Capitán Corneta), Rodrigo Espinoza (con quién estudia contrabajo) y Jorge Diaz (Jorge Díaz trío). Todos ellos han ido marcando su desarrollo profesional y creativo, a lo que suma  referentes extranjeros como Willy González y Tim Lefebvre dándole un sello distintivo al mezclar la música popular usando efectos que enriquecen la propuesta sonora en el uso del bajo eléctrico. Es en este proceso de configuración como instrumentista que se integró  en el año 2015 a MediaBanda (conformada por parte de los ex integrantes de Fulano). 

En febrero del 2020 comienza a gestar la idea de realizar un disco de improvisación, proyecto que ante la llegada de la pandemia sufrió un atraso, puesto que el encierro, el cuidado de infancias, la reinvención laboral y una mudanza desde Santiago hacia San Felipe, lo obligaron a generar un cambio en sus pretensiones de ejecución del mismo proyecto.

Ritos como resistencia 

El ámbito cultural fue uno de los sectores que más resintió el impacto de la pandemia, debido a que el confinamiento llevó a que muchos artistas no pudieran desarrollar sus trabajos, afectando la producción de procesos creativos y presentaciones ante el público. A esto se sumó el poco apoyo de parte del gobierno1Es imposible olvidar que, durante la pandemia, muchos de los agentes tras bambalinas de la producción artística y cultural se vieron afectados con el cese forzado de las funciones. En mi memoria quedó grabada la protesta de técnicos del espectáculo en la que iluminadores, tramoyas, montajistas, maquilladoras, sonidistas y roadies, entre otras áreas, visibilizaron su malestar hacia el gobierno por el nulo apoyo al sector, trabajo históricamente de tipo informal y precarizado que, al no asegurar contratos estables, imposiciones ni seguro de cesantía, ha mostrado en manifestaciones su fragilidad desde el estallido social hasta la actualidad, por lo que es esencial concientizar a las personas que disfrutan del arte la importancia de volver a ver espectáculos a nivel local y aportar con las entradas y el apoyo a las diversas obras. No todo se sustenta por amor al arte. , dando pie a ejercicios de resistencia, es decir, formas de autoreflexión, concientización y búsqueda de autonomía que tomaron diversos sujetos en relación a las formas de pensar y vivir la cultura en plena cuarentena. Aunque la capacidad de seguir realizando lo que los mueve en la condición de encierro no es un fenómeno actual2En el artículo “Pandemia, resiliencia y creación artística” de Edgardo Neira, se aborda esta idea de que la creatividad no se extingue en condiciones de dificultades sociales. https://noticias.udec.cl/pandemia-resiliencia-y-creacion-artistica/ , bajo un descarnado modelo neoliberal que tiene como función medir todo en relación a la producción, la cultura ve mermada su financiamiento y desarrollo al ser considerada improductiva. El arte tampoco queda fuera de esta lógica utilitarista, al ser uno de los sectores más precarizados3Este asunto de la precarización está muy bien tratado en el dossier de la revista nacional Artishock. https://arti shockrevista.com/2020/04/29/el-rol-del-arte-en-tiempos-de-pandemia/ en Chile durante el drama causado por la pandemia de Covid-19. Conviene preguntarse si acaso esto no era así desde antes.

Creo que acá es donde comienza el ejercicio de resistencia de Ritos cotidianos Vol.1 a propósito del gesto de no quedar en una estasis pandémica y, por el contrario, asumir varios riesgos. El primero, hacer una reformulación de la idea de “impro libre” sometiéndose a un proceso a distancia, en el que los diversos músicos participantes desarrollaron sus pistas siguiendo algunas indicaciones o pies forzados señalados por Felipe, los que consistieron en grabar con el mejor formato que tuvieran a su disposición, desde el uso de home studio hasta celulares, acciones permitidas por los avances tecnológicos del presente4Este acceso a diversos dispositivos de calidad está facilitado por la disminución de la brecha económica para alcanzar una producción musical de buen sonido sin tener la necesidad de invertir en un estudio profesional o arrendar un espacio a cambio de un alto valor-hora, pudiendo incluso aprender técnicas de grabaciones diversas mediante tutoriales de YouTube y foros en esta época de conectividad total., tratamiento que motivó la autonomía, otra forma en la producción musical.

Un seña adicional en estos ámbitos radica en el hecho de no caer fácilmente en el encasillamiento limitante de los estilos musicales -ejercicio cartesiano que forma parte de los vicios técnicos  de algunos críticos musicales-. Estos estereotipos propios de la clasificación no aportan al desarrollo cultural de la música y mantienen en un modo “nostálgico” a la escena musical, centrándola en el uso de elementos preconcebidos que recuerdan lo antiguo, dejando atrás el desafío de una sonoridad contemporánea como creación cultural, rompiendo de esta manera la noción del tiempo histórico generando, lo que Bifo Berardi llama la “lenta cancelación del futuro”5Fisher, Mark (2018),“Los fantasmas de mi vida: Escritos sobre depresión, hauntología y futuros perdidos”. Editorial Caja Negra. pp. 30 a 36. Un ejemplo de esto es el lanzamiento del disco Future Nostalgia de Dua Lipa, el que se basa en el uso de samples de éxitos populares del siglo XX, repitiendo patrones armónicos y rítmicos sobre una estructura predeterminada (intro, estrofa y coro), dejando en evidencia su objetivo: ser un producto para el consumo dentro de los cánones de lo que establece la industria musical.

De esto se desprende que Ritos cotidianos Vol. 1,  al no tener la obligación de crear composiciones generadoras de ingresos ni responder a la línea editorial de un sello musical determinado, tanto el autor como los colaboradores ad honorem de albúm tuvieron como foco la experimentación desde su instrumento en relación a distintas acciones asociadas a “ritos cotidianos”; tales como levantarse, desayunar, lavarse de dientes, sanitizarse, entre otras. Debe considerarse que ningún músico escuchó previamente lo que los otros realizaron y para el resultado final, Felipe destaca en entrevista que no se alteró el tono ni la duración de lo grabado, produciendo un collage musical al unir las diversas grabaciones instrumentales. Toda esta idea y sus especificidades están plasmadas en el prólogo del disco. 

Es bajo estas premisas que el autor resume los “ritos cotidianos” como acciones automáticas del día a día que uno hace siempre, pero que en cada particularidad, cada uno/a lo hace de forma diferente. De alguna manera, la deriva pandémica permitió potenciar la idea original del disco y a través de la  conciencia directa sobre estos ritos, improvisar. 

El formato de mercado preferido actualmente por la industria discográfica sigue una lógica exitista para evitar pérdidas. Después de grandes bajas de ventas en formato físico los productores prefieren subir singles que se viralicen para, posteriormente, proyectar la posibilidad de un álbum. Juegan con el mercado previniendo pérdidas, sacando éxitos que luego se reúnen en un disco. Es necesario reconocer el afán de resistencia en lo que Felipe, en entrevista, denominó como el lanzamiento de dos anti singles6Esta idea es un neologismo planteado por Felipe Martínez, influido por la idea de antipoesía de Nicanor Parra. Así como la antipoesía no deja de ser poesía, el anti single no deja de ser un lanzamiento individual, sin embargo, se presenta como parte de un proyecto ya completo, una pincelada de la propuesta de fusión y creación del collage musical. No pretende ser un éxito en términos comerciales del mercado neoliberal, sino un montaje, el afiche sonoro del arte de Ritos Cotidianos Vol.1.: “La Verticalidad” y “El Ordenamiento ”; presentando prontamente el disco entero en plataformas como Spotify, SoundCloud, Applemusic, entre otras.

Ahora bien, el ejercicio de collage sonoro propuesto en el gesto experimental también se amplió hacia el arte gráfico del disco al contar con el trabajo de Paulina Carreño, artista visual  oriunda de San Felipe. Además cuenta con la participación vocal y de escritura de la actriz y cantante Danae Smith / Danaeta7Hace poco lanzó la canción Elena: https://www.youtube.com/watch?v=9Klbo2O79CY&ab_channel=DanaeSmith y del actor Carlos Donoso, quienes realizaron textos libres, lo que evidencia un modo de  ejercicio de improvisación no sólo musical, sino interdisciplinario asociado a distintas ramas de la cultura.

La nostalgia por los ritos

Desde que comencé a usar Youtube o Spotify, pensé que eran  excelentes plataformas para escuchar música, justificado en que en ellas podía oír canciones o listas que reflejaran un motivo o estado de ánimo determinado según el momento por el que estaba pasando/sintiendo -incluso el algoritmo aprendió a anteponerse a lo que quería escuchar, maximizando el placer inmediato. Ello fue cambiando mi manera de escuchar música de forma inconsciente, disfrutando de la inmediatez propia de prestar oído fácilmente a lo que quería escuchar sin cuestionarme la forma en que estaba oyendo música, olvidando la sensación de buscar, comprar o conseguir un CD y escucharlo completo, obligándome a ir y sentarme donde estaba el equipo de música -nunca tuve el placer individual del Discman-. Una vez finalizado este ritual, seleccionaba los temas que me gustaban para luego hacer un compilado de bandas que finalmente grababa en cassette, no porque fuera un amante de este formato,sino porque era a lo que podía acceder. Toda esa performance era parte de mi proceso de meditación diaria entre los 12 a 16 años. Pero tras el acercamiento a Ritos Cotidianos vol. I -que  escuché  por primera vez a las 8 de la mañana rumbo a tomar el metro-, este me llevó en un viaje interno similar a la meditación en la que las distintas capas de sonido me hacían consciente de la verticalidad de esa ciudad ajena y comencé a tener pensamientos invasivos sobre mis formas de escuchar música y a cuestionar cómo había abandonado uno de mis ritos cotidianos. 

Mientras miraba esa ciudad me incomodé pensando en cómo  la inmediatez de la búsqueda del placer musical me había llevado a la frustración en la indagación y estudio del instrumento que toco (guitarra eléctrica), al compararme con diversos músicos que se ofrecen de manera acelerada en estas plataformas, y cómo  esto me llevó al goce instantáneo de la música y su consumo por el número de hits o de oyentes que tiene una banda y no por la satisfacción de entender un proceso creativo tanto propio como grupal en el que se indague, se experimente en las propias capacidades y se reconozcan las falencias que emergen de, a su vez, procesos creativos aún más complejos; para crear de esta manera una música sincera, valiente, centrada en el desarrollo de la cultura como proceso de crecimiento del ser humano. 

Tal vez mi experiencia no sea la misma que la de otro oyente, pero lo cierto es que escuché el disco entero. Es un buen soundtrack de fondo para poner mientras se hace la ordenación o se preparan las cosas para el próximo día, en esos anónimos ritos de resistencia para afrontar arduas jornadas diarias de trabajo precarizado en un país tan mercantilizado como Chile.

 

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