[RESEÑA]
“Camino con el cuello del abrigo alzado esperando ver aparecer luces de algún perdido bar mientras huellas de amores que nunca tuve aparecen en mi corazón como en la ciudad los rieles de los tranvías que dejaron hace tanto tiempo de pasar.”
“Letra de tango”, Jorge Teillier
Mala Muerte (2014) es un mediometraje documental del realizador sanfelipeño Carlos Lertora, el que se centra en el bar restaurante “Forcadipreca”. Ubicado en pleno centro de la ciudad de San Felipe, este local ofrece comidas y tragos tradicionales. Es un espacio popular ubicado en una antigua casona de adobe, que desde hace décadas forma parte del paisaje urbano de esta localidad.
Con un ritmo pausado, en 28 minutos el microdocumental explora los rincones de este lugar, donde el wurlitzer, la televisión, las mesas con manteles de plástico, las pilsen, la caña de vino y las lentejas con huevo forman parte de la cotidianidad de quienes transitan por estas cuatro paredes.
En cuanto abre sus puertas los primeros parroquianos se acercan a disfrutar las comidas tradicionales del Aconcagua, otros pasan su tiempo de ocio, en compañía o solos, leyendo el periodico matutino, conversando mientras beben un trago, jugando una partida de dama con tapas de botella o tomando sol en la acera como si estuviesen en la comodidad de su hogar.
En el transcurso de un día somos testigos de lo que parece un ciclo en el que la vida popular se desarrolla con ritmos, tradiciones y memorias propias, que perduran en el tiempo, que resisten las transformaciones de una sociedad que aceleradamente cambia e impone una forma de habitar el territorio.
Este escenario puede funcionar como un detonante del recuerdo para quienes hemos transitado por el valle de Aconcagua. En mi caso, aunque nunca estuve en este tradicional local, mantengo en la memoria aquellos lugares que, como este bar, son y fueron expresión de una forma de pasar el tiempo en la ciudad.
Recuerdo que cuando tuve permiso de moverme solo por la calles, regularmente los días sábado a la hora de almuerzo, salía desde mi casa con dirección a la aduana de Los Andes donde trabajaba mi padre. En aquellas tardes me dedicaba a verlo ocuparse en las duras labores de carga y descarga de camiones. Cuando la jornada finalizaba, cruzábamos frente a la aduana a comer y beber algo en una fuente de soda que atendía principalmente a trabajadores de la aduana. Era un lugar espacioso, con mesas de pool y un wurlitzer. Allí almorzamos alguna comida típica, y después de la extenuante jornada, los estibadores compartían algunas cervezas o cañas de vino, mientras yo tomaba alguna bebida o néctar en botellas de vidrio de 330 cc.
En otras ocasiones el destino era “El Caribe”, un antiguo restaurante ubicado en la avenida Carlos Díaz. Allí se pasaba la tarde entre animadas charlas, música, viendo fútbol en la televisión o planificando el partido del fin de semana y por supuesto el asado posterior.
En aquellos días cálidos del valle de Aconcagua, las tardes de viernes pasaban lento, entre aroma a cerveza, cigarro y completos, los comensales parecían ser siempre los mismos, apareciendo y desapareciendo en un ir y venir constante, aunque había también quienes daba la impresión de nunca haber salido de allí.
Dos de estos antiguos bares ya cerraron sus puertas, otros tantos en Los Andes han sufrido su mismo destino, tal vez producto de los cambios acelerados de nuestra economía local que, acicateada por la aparición de nuevas necesidades y el avance implacable de la “modernización urbana”, ha permitido que poco a poco esta parte de nuestro pasado se borre.
En cada gran ciudad y en cada pueblo de nuestro país, existió alguno de estos lugares, con diferentes colores, aromas, comidas y tragos representaron a su particular manera alguna de las formas de socialización de los sectores populares urbanos y rurales.
He ahí que “Mala muerte” también funciona como un llamado de atención, pues afirma que en cada uno de estos espacios, en la cotidianidad del tránsito de sus parroquianos se desarrolla una forma de vida; llena de sonidos, aromas, imágenes y encuentros; y que aunque anacrónica al modelo económico imperante, funciona casi como una resistencia inconsciente al mercado, enfrentándose a la desaparición y al olvido, desde lo que Carlos Lertora entiende como una “cultura del ocio” arraigada en la identidad de este lugar.
Les invitamos conocer el trabajo de este gran documentalista aconcagüino vistando su web: