José Castillo, maestro armador de escobas

[CRÓNICA]

En el valle de Aconcagua, aun a pesar de los embates de la economía de libre mercado, todavía existen antiguos oficios que, con más o menos suerte, persisten en el tiempo por estar muy arraigados en nuestras costumbres, otros, simplemente  han desaparecido de nuestra cotidianidad como el motero, el lustrín o los vendedores de leche de burra. Un oficio sobreviviente se sostiene en las memorias José Castillo, quien a mediados del siglo pasado se formó en la fabricación de escobas de curagüilla en la ciudad de Los Andes.  

José, de 77 años, se define como agricultor. Durante gran parte de su vida trabajó en el campo realizando diferentes faenas en los fundos de las comunas aledañas a Los Andes. Sin embargo, no siempre se dedicó a trabajar la tierra. Desde la adolescencia hasta sus treinta años (aunque de manera esporádica), fue maestro cosedor y armador de escobas en algunas de las diferentes fábricas existentes a mediados de siglo XX en la actual provincia de Los Andes. También, y hacia el final de la producción industrial de escobas, se aventuró por cuenta propia a desarrollar su propio producto, aunque los terribles eventos políticos de principios de los 70’s le impidieron seguir con su proyecto.

A sus 17 años se acercó por primera vez a este oficio. Fue un tío quien lo invitó a trabajar con él y le enseñó las primeras operaciones en el taller. Poco a poco ganó experiencia y pasó de dedicarse a la costura de la escoba, una de sus primeras labores como aprendiz, y luego a trabajar en el armado, actividad mejor pagada. Un tiempo se quedó con su tío, para después pasar por algunas de las diez fábricas que había en el sector de San Rafael, en Los Andes. Trabajó también en Quintero por otra temporada, regresando al valle de Aconcagua para integrarse a la fábrica Guillanol & Mustakis, la que estuvo ubicada donde ahora se instala la feria del sábado en San Rafael. Se dedicó después a la confección de escobas municipales para don José Lazo, en su taller ubicado en la población Ambrosio O`Higgins. En Rinconada trabajó para la fábrica de Luis Martines, taller que dejó por las dificultades que traía trasladarse a un lugar tan alejado de su hogar, en tiempos en los que solo se llegaba en el bus que transitaba entre Santiago y San Felipe. En los años 70 decidió aventurarse por su cuenta en la labor de maestro armador de escobas. Sin embargo, el paro de camioneros del 72’ y los problemas que trajo para conseguir materiales y distribuir productos, lo llevaron a vender en la temporada siguiente la mayor parte de lo que había adquirido para llevar a cabo su proyecto personal. 

Don José Castillo con sus herramientas de trabajo

La fabricación de escobas era una labor de temporada, se iniciaba en marzo y terminaba entre junio y agosto, ya que este era el tiempo en que la curagüilla, materia prima, estaba disponible a precios accesibles en el comercio. Llegado el segundo semestre, el mercado de escobas estaba atestado, por lo cual no era conveniente continuar las ventas, y si bien el precio de la curagüilla subía, no era conveniente incrementar el precio de la escoba. Había gente que aún a pesar de ello continuaba vendiendo, no obstante, la experiencia de don José le mostró que esto podría traer grandes fracasos. 

Hacia fin de año, una manera de dar salida a la producción era viajar vendiendo las escobas por zonas más distantes. Siendo armador en Rinconada, viajó al sur por 15 días con su jefe y dos compañeros, cargando 500 docenas de escobas en un camión. Comenzaron las ventas en Traiguén, continuaron por Victoria, Loncoche, Temuco, Valdivia; y si no hubiesen vendido 90 docenas en un Supermercado de Osorno, hubiesen llegado hasta Puerto Montt. La técnica de venta era simple, se tomaban muestras y se recorrían los diferentes negocios, grandes y pequeños, mostrando el producto. Si alguien estaba interesado, se acordaba el precio y la cantidad, luego se iba al camión por el pedido. Solo en Temuco, y con permiso de carabineros, se instalaron en el mercado a vender por unidades, ya que las ventas eran muy buenas en aquella ubicación.

Hacer una escoba no era sencillo, para su confección se necesitaban varios maestros artesanos dedicados a una labor específica para el desarrollo del producto final. El proceso consiste en, primero,  preparar el material, actividad que comenzaba el día anterior a la faena. En esta etapa se remojaba en agua la curagüilla dentro de toneles para que estuviese manejable, preocupándose de que quedase completamente cubierta de agua. Después se dejaba secar para azufrarla en cuartos habilitados especialmente para ello. Dicho proceso se realizaba con el objetivo de evitar que las polillas atacasen el material y para dar un color amarillo parejo a la curagüilla. La siguiente etapa consistía en preparar las ramas separando las largas (chasconas), de las más cortas. Azufrado el material y separado, la siguiente etapa era el armado, momento en que la curagüilla seleccionada se ataba al palo a través de una máquina que tensionaba y apretaba el alambre, haciéndolo girar alrededor del palo y de la curagüilla, armando así el cuerpo de la escoba. Se le daba forma con diferentes herramientas, cuidando que las ramas cortas sirvieran de base y las chasconas fuesen la parte visible. Finalmente, a través de una especie de prensa, se cosía la escoba y se le daban las terminaciones finales. Todos los trabajadores de la fábrica juntaban en docenas la producción del día y la acumulaban en un sector para su posterior venta.

Herramientas de trabajado para armado de escobas

Uno de los recuerdos que más conmueven a don José es el de su hijo mayor, Antonio, con quien viajó desde Los Andes a Valparaíso en el antiguo tren con algunas docenas de escobas. El plan era tantear el mercado y después, si las ventas eran buenas, distraerse con su hijo en el puerto. Llegado el tren a la Estación Barón, se dirigió a la Avenida Argentina, pues la típica feria porteña estaba instalada. Al final de todos los puestos se hizo un espacio y dejó a su hijo cuidando la mercancía y vendiendo lo que pudiese. Se encaminó a cerro Polanco a ofrecer sus productos y en un pequeño negocio, una señora decidió comprar todo lo que traía “para que no siguiera caminando más”. Bajó corriendo a buscar sus escobas, realizó la transacción, y después se dedicó a pasear con su hijo por Valparaíso con las ganancias de la venta.

Hoy don José, ya jubilado, recuerda con cariño aquellos tiempos; pues fue un oficio de buena paga que llegó a darle, aunque por un breve período, independencia laboral. Sin embargo, los tiempos han cambiado, la curagüilla no se produce como antes y los precios y la competitividad del mercado hacen difícil que esta sea una labor de buenos réditos hoy en día.

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