[COLUMNA DE OPINIÓN]
Michelle Covarrubias
En la actualidad, muchas de nosotras, quienes levantamos la bandera del feminismo, nos encontramos formulando una idea de cómo sería una sociedad que erradica pilar por pilar al patriarcado. Tejemos utopías o escenarios futuros en los cuales viviríamos con mayor bienestar y dignidad. Sin embargo, ninguna historia se escribe desde cero, así que tratamos de bosquejar una y otra vez esta imagen del mundo que queremos, ejecutando distintos métodos que respondan a nuestro contexto. De este modo, hemos mutado, desde resistencias nucleares hacia un agitamiento de pañuelos morados y verdes en las calles de Chile, dejando una estela en casi todos los aspectos de la vida cotidiana así como en la opinión pública. Estamos al tanto de que este es un camino de lucha, pero es crucial plantearse cómo vivir con base en el feminismo, ya que, ante el nihilismo y anomia de la sociedad actual, se requieren de ciertos cambios inmediatos que nos permitan saborear la esperanza.
A partir de esta necesidad, propongo este texto para reflexionar en torno al cuidado, a fin de construir y resituar el patrimonio en nuestra sociedad, manteniendo el enfoque crítico del feminismo. El cuidado no es un tema nuevo y tampoco está exento de controversias, ya que en la sociedad patriarcal se nos ha asignado esta tarea mediante a través del uso de violencia. Así lo explican, por ejemplo, Silvia Federici, quien refiere que la existencia del capitalismo se sustenta sobre la explotación de las mujeres, visible en la no remuneración del trabajo doméstico donde radican los cuidados1Federici, S (2018) “El patriarcado del salario”. Edición Tinta Limón. Buenos Aires. . Asimismo, Claude Meillasoux reflexiona en torno a las sociedades llamadas primitivas, las cuales se definen bajo el ejercicio de un control de la “productora de productores” para constituir el espacio doméstico2Meillassoux, C (1982) “mujeres, graneros y capitales: economía doméstica y capitalismo”. Siglo XXI. México; o Simone de Beauvoir, quien en los sesenta defendió la idea de que la violencia económica mantiene la subordinación de las mujeres3Beauvoir, S (2018) “El segundo sexo”. Penguin Random House Editorial. Chile. Así, como en otros casos, diversas autoras más han retratado el mundo doméstico y la violencia económica, permitiéndonos entender a qué nos referimos con brecha salarial. Porque no, no es solo una discriminación laboral, sino que gran parte de las mujeres se ve obligada a abandonar sus ingresos para mantener el trabajo de cuidados.
Por esto resulta controversial hablar del cuidado cuando hemos estado dedicadas a cubrir este trabajo a costa de nuestra libertad. Sin embargo, a pesar de ello, no podemos hablar de colectividad o de cultura sin considerarlo como un eje central para discutir sobre la preservación de una especie. Por ejemplo, el antropólogo Bronislaw Malinowski4Cabe mencionar que existe una discusión ética de quien escribe, al no presentar otras investigadoras y antropólogas que han discutido sobre el parentesco y género, como es Margaret Mead, sin embargo, quiero destacar esta obra por el aporte que tendría de forma disciplinar si fuese más leído. , autor de Edipo destronado, sexo y represión en las sociedades primitivas (2013) critica la mirada occidental y patriarcal sobre la que se basa la teoría del psicoanálisis. Este estudio compara entre las sociedades inglesa y la de los trobiandeses5Sociedad matrilineal de la costa del pacífico sur, que habitan en las Islas Trobiand, costa oriental de Nueva Guinea, donde Malinowski hizo sus investigaciones más relevantes, como es “Argonautas del Pacífico occidental”. desde el parentesco, evidenciando que el complejo de Edipo no es universal y menos la idea freudiana de que la muerte del padre da origen a la cultura.
Para el desarrollo de su argumento aborda la dicotomía naturaleza/cultura e individuos/colectivos, al establecer que nuestra especie no es puramente individualista ni gregaria, sino que la represión de los instintos dio origen a la cultura y de forma consecuente a un sistema de parentesco6Represión del instinto, consecuente con la cultura creada que se sobrepone al mecanismo inicial. “La realidad es que la fundación esencial de la cultura radica en una modificación profunda de las capacidades innatas, donde la mayoría de instintos desaparece y es sustituida por tendencias plásticas pero directas, que pueden ser modeladas y convertidas en respuestas culturales. La integración social de dichas respuestas es una parte importante del proceso, ¡pero dicha integración sólo es posible a través de la plasticidad general de los instintos, y no por una tendencia gregaria específica!” (Malinoswki, 2013: 162). Esto da forma a la cualidad gregaria de nuestra especie, creando un sistema de organización que reproduce una forma de represión de instintos, que no se desarrolla de la misma forma en todas partes. No obstante, el autor pasa por alto que, con la conformación de los sistemas parentales, ocurre un fenómeno fundamental para el patrimonio, que es la transmisión de conocimientos de generación en generación. En otras palabras, el patriarcado es una forma que ha modelado una cultura y ha constituido una forma de organización social, la cual se manifiesta en un sistema de legado político-económico que es el patrimonio.
En ese sentido, los cuidados y el patrimonio cultural no están tan alejados en este debate, más que mal, este último tiene un eje fundamental que es la “herencia”, la capacidad de dar un legado a las generaciones futuras. Estos legados de base parental representan cómo una sociedad se organiza (política) y concibe su entorno (economía)7 Se entiende aquí de forma amplia lo que puede definirse por política y economía, ya que el fin no es discutir qué es el poder o qué es lo material, sino cómo la relación de nuestra especie con nuestro entorno (condiciones materiales) genera también relaciones particulares y un sistema de organización. , a la vez que nos hace“poseedores” de lugares, prácticas y objetos8Conceptos aplicados por Llorenc Prats, entendidos como “figuras patrimoniales”. que permiten la sobrevivencia y dominación de un individuo y/o colectivo. Esto lo podemos ver en el patrimonio como “hacienda”, donde se transmite un bien de un individuo a otro a través del tiempo; y en el patrimonio cultural como la transmisión de un bien o una práctica hacia un colectivo9Me remito al acercamiento a la definición de patrimonio manejada por Daniel Muriel, “El patrimonio como tecnología para la producción y gestión de identidades en la sociedad del conocimiento”, artículo de la Revista de Antropología N°19,2007-2008: 63 a 87. Destaco la diferencia que hace entre patrimonio cultural y patrimonio hacienda, que refiere a un sistema de herencia que es abierta a una colectividad, sosteniendo la propiedad colectiva y una gestión política posmoderna. Con respecto al carácter de la política posmoderna hay en un grado de desacuerdo, pero abordar la relación individuo/colectivo y hacienda/cultura, parece un aporte interesante para la discusión conceptual. . Lo central es que el patrimonio cultural sería un dispositivo de transmisión y cuidados que garantizan la sobrevivencia de una comunidad, sosteniéndose en un sistema de organización parental y social particular.
Finalmente, pensar de forma gregaria requiere que pongamos al centro la idea del cuidado como herencia, puesto que el patrimonio es ante todo un dispositivo de preservación de las relaciones sociopolíticas, y en la raíz de las relaciones sociopolíticas están aquellas que se han constituido en el espacio doméstico como partícula de sociedades más complejas. Es aquí donde retomo lo que las feministas expusieron, “lo personal es político”, puesto que como pensamos nuestras relaciones parentales, domésticas, privadas y públicas, responden a su vez en las formas económicas y políticas que se manifiestan a una escala ecosistémica. Por ende, si pensamos una cultura que se transforme con el feminismo, necesitamos pensar en un mapatrimonio como un dispositivo y tecnología que reconfigure las formas en que nos relacionamos. Esto nos lleva a la tarea de reivindicar saberes, prácticas, lugares y objetos que nos recuerden otra forma de entendernos, que cambien los roles de género y la acerquen a una cultura del cuidado comunitario.