[CRÓNICA]
Durante el verano del 2021 entrevistamos a David Aranda Maltés en su casa de Viña del Mar. La siguiente es una crónica que recoge parte de la vida y obra de este pintor andino.
David Aranda Maltés, más conocido en el mundo de la pintura como “Amaltés”, es un pintor nacido en la ciudad de Los Andes y que a sus 71 cuenta con una trayectoria de más de 40 años en los que se ha dedicado por completo a la pintura, desarrollando un estilo particular que refleja las experiencias y recorridos por Chile. En estas páginas nos gustaría rememorar la vida y creación de un artista que no ha olvidado nuestro valle, ni sus paisajes, lo que está plasmado en la inspiración que dejó Aconcagua en su obra.
La familia Aranda Maltés llegó a Los Andes en los años 40 desde la ciudad de Ovalle, traslado impulsado por motivos laborales de don René Aranda, padre de David. En el invierno de 1951 nació quien luego se dedicaría al arte pictórico, viviendo sus primeros años en el centro de la ciudad en una casa en calle Maipú y luego en calle Manuel Rodríguez. Seis años residió su familia en el valle de Aconcagua. De esa época, Amaltés recuerda vivamente los viajes en coches victoria, el tren y su estación, así como las postales después de la lluvia.
Los Andes, invierno del 56 (camino a la estación de trenes). Óleo sobre tela pintado con espátula.
Nuevamente la familia Aranda Maltés tuvo que migrar, yendo a vivir a la localidad rural de Peñaflor en la Región Metropolitana. La vida de David en la capital estuvo marcada por la temprana partida de su padre y su hermana, que lo obligó a aventurarse al mundo laboral desde muy joven. Con documentos falseados comenzó a trabajar a los 13 años en la Dirección de Servicios de Correos y Telégrafos de Chile, realizando labores de limpieza. De aquellos días recuerda una particular anécdota cuando, de manera excepcional, lo enviaron a limpiar la oficina de Télex que pertenecía a la empresa estatal donde trabajaba. Hasta el fin de su jornada, se dedicó con esfuerzo a limpiar las ampolletas de un gran aparato. El lunes, a eso de las dos de la tarde, su jefe lo mandó a llamar, pues al parecer David en su afán de limpieza había soltado los mecanismos de ese gran aparato, dejando a Chile sin comunicaciones hacia el extranjero durante el fin de semana lo que, por supuesto, levantó las alarmas en el gobierno del presidente Frei Montalva, quien preguntaba al director general de correos y telégrafos de Chile, Mario Parada, qué pasaba con el Télex. Lo mismo hacía Parada con su jefe directo. A pesar del revuelo que causó este accidente, David no fue despedido, aunque sí trasladado de sección para que se dedicase a labores menos delicadas.
A sus 16 años David dejó su trabajo y con apenas unos cuantos escudos (moneda nacional de la época) en el bolsillo, decidió salir de la Región Metropolitana a conocer Chile. En el invierno de 1967 junto a un amigo comenzó un largo viaje con destino al norte, que lo llevó por varios meses a recorrer ciudades como La Serena y Coquimbo. A bordo del antiguo tren que unía los más recónditos rincones del desierto, se aventuró en poblados como Vallenar, Pueblo Hundido (hoy Diego de Almagro), Copiapó y su destino final: Antofagasta. También en este viaje tuvo la oportunidad de recibir la amabilidad de mucha gente que ante sus paupérrimas condiciones de viaje lo alojó, trasladó y alimentó gratuitamente. Para David “eran otros tiempos”.
San Pedro de Atacama. Óleo sobre tela pintado con espátula.
A los 21 años y después de su viaje decidió entrar a estudiar Pedagogía en Castellano en la Universidad Técnica del Estado (ex UTE) hoy Universidad de Santiago (USACH). Siendo universitario, comenzó a disfrutar de la bohemia intelectual santiaguina, en una época que recuerda como el despertar de la cultura chilena en el teatro, la música y la poesía. David visitaba algunos de los clásicos lugares de reunión, como lo fue el café “Bosco” donde regularmente se encontraba con actores y hasta connotados artistas como Pablo Neruda y Violeta Parra. A los 25 años se retiró de su carrera y se dedicó a trabajar como comerciante independiente ofreciendo bombillas, las que por causa del terremoto de 1971 resultaban un gran negocio.
Entre poesía y pintura
El primer acercamiento de David al aprendizaje de la pintura sucedió mientras estudiaba en la UTE. Relata que en una oportunidad, mientras se encontraba desocupado de sus deberes, fue invitado por sus amigos de la carrera de arte a una clase de “Forma y color”, le prestaron todos los implementos para pintar y en una sala grande, de apariencia antigua, el profesor les pidió recrear un platillo con naranjas y plátanos. Transcurridas unas tres horas, el maestro de pintura dijo que concluía la clase y se paró en medio de toda la redondela de atriles con obras ya terminadas e hizo darlas vuelta hacia él.
David giró también su atril con la hoja de block prestada, entonces el profesor estiró primero su brazo, después su dedo índice y giró siguiendo las manecillas del reloj apuntando lentamente todas las pinturas, hasta que se detuvo en la de David y dijo: “esa me gusta mucho”. El maestro de pintura le pidió que repitiera ese mismo cuadro en una tela o pedazo de cholguán grande, pues lo quería presentar en la exposición de pintura de la universidad. Ese fue el inicio de “Amaltés”. Después de aquella experiencia, David no se dedicó a la pintura inmediatamente, ya que por esos tiempos mostraba más interés en poesía, la que escribía con más regularidad. Es solo a inicios de los años 80, cuando se encontró con un estimulante grupo de artistas nacionales, que sintió la motivación de trasladar su poesía del papel al lienzo.
Un gran incentivo en sus inicios fue conocer a Jorge Carachi, pintor que recorría regularmente algunos locales del centro de Santiago vendiendo sus obras. Amaltés recuerda que, estando en el Café Haití de calle Ahumada siempre lo observaba traer consigo un par de cuadros pequeños, los que encontraba realmente hermosos y que representaban paisajes agrestes o caletas de la ciudad sureña de donde Carachi provenía. Con el tiempo se hicieron muy cercanos y como David tenía experiencia en el comercio, le ofreció ayuda para la venta de sus pinturas, amistándose aún más e iniciando sus primeros pasos en lo que sería su estilo de vida como pintor.
Confitería Torres. Óleo sobre lienzo pintado con espátula.
En ese mismo periodo comenzó a reunirse con diferentes artistas en un circuito de locales en el centro de Santiago. Se encontraban principalmente en el café Haití de calle Ahumada, que estaba en ese tiempo frente a la nueva cadena de comida rápida de aquella época, el Burguer King. Allí se conversaba sobre pintura, literatura y de escritos de los poetas que llegaban en ese momento. También los pintores aprovechaban la oportunidad de exhibir sus obras para conseguir vender algo en aquella zona tan transitada del centro de Santiago. Allí llegaban personalidades como los pintores Raoul Malachowski, Juan Capra, Jorge Carachi, Cortéz Silva o el poeta Daniel San Martín entre muchos otros.
Es en esta época cuando David, inmerso en este mundo de cafés, conversaciones y arte, pensó de pronto en la posibilidad de experimentar, de llevar su poesía a la pintura. Es así como decidió pintar, y pintar para vivir de la pintura, no solo para tomarla como un pasatiempo, pues para David resultaba tremendamente agradable la idea de vivir de algo que disfrutaba. Así se convirtió en pintor, tomando para ello el seudónimo de Amaltés, contracción de sus apellidos Aranda y Maltés.
Sus inicios en este arte como forma de vida fueron difíciles, aunque también apasionados. Según recuerda podía pasar hasta 14 horas pintando. Para David, este oficio cuesta tanto como cualquier otro, requiere práctica, pues sólo mediante ella se puede aprender a pintar más, conociendo y descubriendo nuevas técnicas. Es así que la formación como pintor para David siempre fue y es autodidacta, “aunque el camino de los estudios superiores es una posibilidad, siempre viene después de tener esa inquietud de pintar y cuando viene esa inquietud de pintar uno es autodidacta.”
Calle Serrano. Óleo sobre lienzo pintado con espátula.
Paisajes de Chile
Radicado actualmente en Viña del Mar, David cuenta con un sinnúmero de obras a su haber, numerosas exposiciones y un larga trayectoria en el oficio que decidió convertir en una forma de vida para él y su familia. En cuanto a técnica y estilo, la obra de Amaltés se ha desarrollado según su propia perspectiva, en una amalgama entre un expresionismo y un impresionismo construido casi enteramente con el uso de la espátula (y no el pincel) como herramienta, la que permite mediante manchas dar forma a la composición de cada obra. Al contrario de otros artistas que utilizan el óleo, desarrolla sus obras en fresco, mezclando los colores en el instante lo que permite texturizar cada pintura.
Con esta inspiración y técnica es que ha llevado al lienzo los lugares con los que se ha encontrado a lo largo de su vida, pero también, aquellos que la gente puede recordar, que son comunes, parte del ir y venir de los habitantes de la ciudad. Es así que por muchos años se ha dedicado a pintar diferentes rincones del Parque Forestal de Santiago, los puentes del Mapocho, Santa Lucía y la Alameda, llegando a ser identificado por este motivo común en su obra. Santiago atrae insistentemente a David, una ciudad anclada en su memoria con la que revive aquellos tiempos de la bohemia intelectual que tanto lo sorprendió en su juventud.
Estación Mapocho. Óleo sobre lienzo pintado con espátula.
Otros lugares de nuestro país también han sido representados en su obra, mayormente las ciudades de Valparaíso y Viña del Mar, las que ha conocido y recorrido en las últimas décadas. De esta experiencia ha dejado plasmado en sus lienzos las vistas del ascensor Artillería, plaza Echaurren, calle Condell, plaza Victoria, el bar La Playa, la plaza de Viña del Mar y el Castillo Wulff entre otros. El norte de Chile, San Pedro de Atacama, las montañas, además del sur de Chile han llamado la atención de este pintor encantado por los paisajes de nuestro país.
Bar la Playa. Óleo sobre lienzo pintado con espátula.
Finalmente, Amaltés también pone al valle de Aconcagua en un lugar relevante de su obra no solo al ser su tierra natal, sino también al estar llena de recuerdos que quedaron de sus primeros años allí, y retornos con su madre para visitas familiares, visitas que dejaron una marca en su obra, retratada en los paisajes urbanos y rurales del valle de Aconcagua. Se pueden apreciar paisajes lluviosos de la montaña y el valle, los que se convirtieron en un medio para expresar la emoción y belleza que se ve, por ejemplo, en el espectáculo otoñal. De hecho, los colores y escenas de lluvia de esta época se perciben como una constante en el trabajo de toda una vida, que una y otra vez aparece en distintas escenas.
El Almendral. Óleo sobre lienzo pintado con espátula.