Por Raúl Crisóstomo Celedón

Obviando la señalética de tránsito que a los más recientes acompaña y que llama a conducir con precaución dentro de las poblaciones andinas 1, pareciera ser que los primeros carteles que existieron con este tipo de escritos reflejaran la intención que existió, al momento de concretar los más grandes planes inmobiliarios dentro de nuestra ciudad, de construir un mensaje persuasivo que, independiente del sentido comercial propio de ellos, demostrara que una familia con hijos, numerosa en lo posible, era requisito principal para su conformación, por lo que el recibimiento a la nueva vecindad debía casi garantizar la felicidad de cada una de ellas y, por supuesto, la de los recién llegados chicos del barrio. Por otro lado, es importante creer -a la vez- que el mensaje representa un periodo que guardó cierta consideración de desarrollo social dentro de los programas urbanos, algo así como la consciencia del barrio, y que al momento de construirse todas las villas y poblaciones de mediados de los 90´ se entendía no solo la importancia del desarrollo estructural, sino también, la que tenían los niños dentro de la vitalidad que cada una de estas debía ir adquiriendo.

La importancia que tienen los niños en las ciudades es indudable. De hecho, son estos quienes construyen la vida de las calles por medio de la reunión y el juego, haciendo de éstas, por sobre los parques urbanos, el principal espacio de diversión. Claro está, para ellos las calles funcionan no como un medio de tránsito, sino como un parque polifuncional levantado a partir de su propio ingenio. Son (o fueron) ellas campos de futbol, de tombo, de beisbol o de tenis, en el que las risas, las trampas, las escondidas, las peleas, los romances y todo lo que en su interior se vive deja de aislarse, pasando a construir una experiencia de vida, que, independiente de las realidades futuras, será enseñanza construida por y para ellos.

“El niño callejero, tan vejado en tiempos pasados, tan libre, tan social, tan él. El paso inadvertido del tiempo conserva los ecos de aquellas madres que intentaban inhibir las ganas de sus hijos de salir a chutear, a lesear, a pinchar, gritando ¡Callejeros! muchas veces frente a los jueces conservadores de nuestras familias. ¿Qué era entonces ser callejero? ¿Qué significaba? Pensé más de una vez que era un concepto que codeaba con el abandono, por el tono con el que padres y madres lo señalaban. Quizás era rabia, o miedo a los prejuicios, de creer que los ojos vecinos pensaran que el cabro que andaba en la calle a las tantas horas de la noche era hijo de unos despreocupados, de unos negligentes, de unos “ricos papás”.
El niño bueno pa la calle, querendón de los otros cabros de calle, fraterno, compadre y solidario. ¿Cómo no serlo si las tentaciones llegaban a sus oídos a través de estallidos que vociferaban su nombre? ¿Cómo no pretender la calle si los juegos eran la mezcla perfecta de ingenio y desafío? ¿podrá ser transformado en sujeto si deriva de realidades tan históricamente comunes? Claro, eso sí, no hay que sacarlo desde la condición de seguridad en la que creció: pues fue solo un niño experimentando el polifuncional espacio de la calle”2
Que lo digan Camilo, Boris, José Tomás, Nicanor y Ariel, cinco chicos de la Pucará que durante el verano del 2017 construyeron, en tres días, una pista de bicicletas en la acera ubicada al lado de la sede de la junta de vecinos.

Aburridos de tener que ir a saltar y “pegarse el pique” todos los días a la rompe corazones (pista ubicada a un costado del cerro de la virgen) los muchachos dieron forma a un campo de saltos para bicicletas que consta de tres huevos (o montículos de salto) y dos peralte (pistas curvas inclinadas).
En cuanto a la idea dice Ariel “a mi hermano se le ocurrió, la señora de la esquina nos dio el permiso para hacerlo al lado de su casa, pero sin llegar a su patio, así que el primer día los saltos los hicimos en media hora con las3 piedras que estaban ahí mismo, tierra y agua, y esperamos que se secara” . Interrumpido por sus compañeros que reclamaban también haber sido ideólogos del plan continúa diciendo:
“al otro día con palas hicimos los peralte, le pusimos unos ladrillos medios de lado y piedras también, y empezamos a tirarles tierra y agua, al otro día los arreglamos y terminamos”4 .

Se hizo recurrente -después de haber dado forma a este campo de bicicletas-  ver a niños de distintas edades haciendo uso de él.

Nicanor, ¿Qué pasó con la cancha de saltos que hicieron el año pasado? Le pregunté casi un año después de habernos encontrado en la misma.

“Las empezaron a desarmar y a tirar vidrios y basura. A veces yo voy a armarlo y después de nuevo, al otro día empiezan a ensuciarlo”

¿Y tus amigos qué dicen? Nada, es que ya no andan mucho en bici, ahora andan en skate.

  1. Junto al barrio La Concepción, se encuentran carteles de este tipo en la Villa Sarmiento, La Aurora de Chile en la Villa Minera Andina, Población Los Libertadores y la Villa El Porvenir.
  2. Niño callejero. Escrito personal que hace referencia – en contexto de juego-  a los niños y su relación con la calle. 2017.
  3. Entrevista realizada en el verano del 2018
  4. Conversación llevada a cabo entre el autor y el grupo de muchachos en la pista construida el 13 de enero del 2018