por Raúl Crisostomo
«Y los que saben desanimar en lugar de fortificar los espíritus se hacen tan insoportables para sí mismos como para los demás. Por esta razón muchos prefirieron vivir entre las bestias a hacerlo entre los hombres”.
Baruj Spinoza
Escribir sobre Bestia supone dos desafíos, el primero, ahondar en los aspectos biográficos y bestiales en los que su protagonista se envuelve, lo que ya se ha hecho potentemente desde distintas disciplinas, y dos, orientar una discusión que estimule un tipo de reflexión más personal y que suponga una confrontación en contra de la omisión de aquellas ideas que se señalarán más adelante. Frente a esto, elaboro una pequeña fusión entre ambas perspectivas, cuestión que nos permita biografiar a Ingrid desde una línea de vida que exponga similitudes con la vida de cualquier lector y, conjuntamente, intentar exponer las variables que nos acercan a aquella figura transformada en bestia.
Partiré reconociendo que el cortometraje animado de Hugo Covarrubias me genera de entrada una particular sensación. Claro, independiente de las influencias directivas que pueda poseer el autor, y de las estrategias que se apliquen, hay una naturaleza del terror propia de quien se erige como su protagonista.
Ella, Ingrid Felicitas Olderock Bernhard, fue una descendiente de alemanes y de una Alemania nazi de la que se sentía orgullosa. Su padre, veterano de la 1GM y su madre, de crianza conservadora, decidieron no “chilenizarla”, al punto de envolverla en una crianza de régimen alemán estricta, prohibiéndole hablar castellano; Codearse con chilenos lo menos posible.
Estos detalles biográficos me permiten aventurar de distintas maneras en su representación. Por un lado, “decidieron” parece ser un verbo arriesgado, pues su pluralización va en contra de lo que en familia se profesaba. Decidir, era una facultad prohibida para ellas, así como otras cuestiones de carácter doméstico que definieron para Ingrid un rol único de madre y de mujer; la crianza. Dos cuestiones pueden emerger desde esto en la vida de Olderock policía; distanciarse de la función de resguardo infantil que estableció las bases del actuar femenino de la generación de brigadieres del 62 (cuidar a infantes era detestable), y, la segunda, optar a una posición que le permitiera corregir lo que desde su estructura consideraba inmoral. He ahí la función de “profesora” que ejecutó con más de 70 bestias más, cuyo propósito fue siempre transformarlas en un símil suyo; mujeres encargadas de torturar (corregir) a otras mujeres[1]; quizás, la versión desencadenante de su propia biografía. Por otro, la formación imaginaria y de rechazo de un otro distinto y, para ella, distante, definió una personalidad particular, pues en cualquier espacio vivido había otros y otras que no se le parecían y eran dignos de corrección; chilenos herederos de una cultura estancada y una sociedad al lote, compañeras de formación flojas[2] y mujeres indignas.
“Andaba siempre sola” o “no conversaba con nadie”, decían sus compañeras de formación del 62 cuando, dentro de un proceso de investigación realizado años atrás, les realizaba preguntas que la involucraran. “Yo estoy sola para el cumpleaños, para la navidad, para el 18 de septiembre” le expresaba la misma Ingrid a Claudia Donoso en una entrevista aparte[3]. Claro, la soledad por percepción de superioridad o de rechazo a otro es un tipo de distancia apetecida por las bestias dijo siglos atrás un escritor español, lo que atentaría contra un principio humano de base, es decir, entender que “mi humanidad consiste en darme cuenta de que, pese a todas las muy reales diferencias entre los individuos, estoy también en cierto modo dentro de cada uno de mis semejantes”[4].
Es por esto que bestializar a Ingrid ofrece un par de posibilidades. “Todos somos bestias” dicen ciertos filósofos clásicos, voluntaria e involuntariamente, lógica en la que es importante detenerse para entender cómo podemos llegar a ser una de ellas. Bestializar a quienes asesinan, torturan, violan, golpean y agreden en sus distintas formas, es una de las respuestas o intenciones humanas que busca, por un lado, a quienes vivimos dentro de un marco racional de comportamiento social, distanciarnos de quienes lo hacen a voluntad, y que, inconscientemente, provoca (o viceversa) la omisión de que dicho patrón es una variante particular de la especie humana. Negarnos esa posibilidad (omisión a la que me refiero al inicio del texto) impide, en primera instancia, tomar consciencia de aquellas situaciones que fragilizan a un otro y, consecutivamente, ser parte inconsciente de aquella masa que vulnera el derecho más humano de todos; el que otros se pongan en nuestro lugar.
La presencia simbólica de las bestias se nutre, así, de aquellos elementos convencionales como la validación política y comunicacional que se hace de la vulneración de derechos universales, y, por otro, de aquella inconciencia que podamos manifestar frente a ello. Es, en esta dimensión subjetiva, donde la omisión determina la estrechez y distancia que tomamos de los sujetos y actitudes que atentan y, es por ello que, dicho corto podemos direccionar más allá del personaje que inspira y de aquellos que levanta representativamente, sino, de quienes pueden llegar a alimentar y a tomar sus formas.
Considerando lo planteado Bestia puede ser fácilmente ganadora del Oscar. Y no es menor. Su producción, junto con presentarse en una etapa en la que muchas de estas personalidades bestiales han reaparecido, así como la configuración antagónica que se ha hecho de unos “otros” migrantes, delincuentes, improductivos y una enorme lista de clasificación, permite, bajo una intencionada forma de presentarlo, reflexionar sobre aquellas posibilidades de bestializarme a las que estoy sujeto.
[1] Revisar las orientaciones de estudio desde la psicohistoria, la que se plantea la posibilidad de establecer relaciones entre los fenómenos históricos y psicológicos, estableciendo nexos desencadenantes entre dicho fenómeno propiamente tal y los rasgos psíquicos de una población o de aquellos personajes que formen parte central de su proceso.
[2] “Yo me dedicaba a estudiar y trabajar, no como las otras”. Extracto de “Olderock. La mujer de los perros” de Nancy Guzmán.
[3] https://revista.ecfrasis.com/2020/03/04/a-la-vuelta-de-la-esquina-una-entrevista-con-ingrid-olderock/
[4] Savater, F. “Ética para Amador”. P. 95. 2018