Editorial por Danilo Herrera Burton
Durante estas semanas dos importantes ciudades del valle de Aconcagua están de aniversario; Los Andes y San Felipe cumplen 230 y 281 años respectivamente. Una fecha como esta nos llama a recordar la belleza de nuestro valle, sus extensos y coloridos campos, su hermosa arquitectura, las tradiciones de nuestro pueblo y la cordillera que por supuesto en invierno nos maravilla con su majestuosidad. Sin embargo, tal como van las cosas, es posible que en algún tiempo (bastante cercano al parecer) no podamos más que recordar tanta maravilla.
Después de más de 10 años de sequía el invierno apenas nos deja nieve que admirar, ni agua para regar los campos; poco ayuda la implementación de proyectos mineros y agrícolas que acentúan la crisis hídrica. El paisaje cambia, en el valle los campos son reemplazados con extensas urbanizaciones y las plantaciones de monocultivos avanzan casi sin freno sobre los cerros de nuestras comunas, destruyendo los pocos espacios que aún albergan flora y fauna nativa. En la ciudad, la vieja arquitectura sucumbe año a año a planificaciones urbanas, si es posible llamarlas así, que permiten casi que cualquier edificio sea instalado donde el mercado lo decida conveniente. La vieja arquitectura se mezcla con edificaciones comerciales y departamentales que en pleno casco histórico poco armonizan su arquitectura con la estética y calidad de vida en la ciudad.
Tampoco podemos olvidar que nuestra celebración acontece en el segundo año de una pandemia que ha alterado profundamente nuestra existencia, cobrando la vida de miles solo en nuestro territorio. También llega esta celebración durante las primeras semanas de funcionamiento de la convención constituyente, la que está mandatada a crear una nueva constitución y con ello quizá instalar las bases para resolver las exigencias sociales dramáticamente visibilizadas con el estallido social del 2019.
Ante este panorama pensar en nuestra celebración local en tiempos tan agitados resulta quizá un tanto inapropiado, o tal vez, es una oportunidad que nos permite observar la situación y encontrar esperanza en la posibilidad de un cambio, negado por décadas de capitalismo desenfrenado y política del consenso. Nos gustaría entonces, proponerles en este aniversario pensar en nuestro valle más allá de la imagen que nos dejan las bellas postales y los recuerdos de un pasado mejor, pues nuestro territorio ha cambiado y estos cambios decantan en peligros que pueden determinar nuestra vida y la de las generaciones futuras. Hoy es posible, mediante el ejercicio de la política proyectar un territorio en el que encontremos el equilibrio entre nuestra subsistencia y la vida natural. Es posible vivir en un territorio en el que los criterios de mercado no sean lo que prime en el desarrollo de nuestras ciudades. Todas las posibilidades que se han abierto desde aquellos días en que millones salieron a las calles, deben ir acompañadas de nuestra acción política, pues, si aún a pesar de alcanzar una nueva constitución, no llegamos a entender que nuestro rol como sujetos políticos no se debe limitar solo a la reacción ocasional, estaremos repitiendo parte de la historia de los últimos 30 años.