En esta semana de celebración del aniversario de Los Andes, convocamos a dos fotógrafos locales para retratar la comuna desde su lente.
Esta galería corresponde a Marcelo Iturra y el texto es de Jorge Cancino Palma.
Al margen
El lente de 50 mm obliga a acercarse, acercarse obliga a conversar, conversar obliga a aferrarse. Retratar para inmortalizar, a la persona, al personaje, al ícono, este ejercicio quizás se trata de emotividad, recuerdo y permanencia. Estos retratos no buscan otra cosa que mostrar, cuando la comuna celebra, cuando las remembranzas parecen enfocarse en el pasado colonial, en la exacerbación aristocrática, esta serie evoca la precariedad como constante, en un Chile en medio de una pandemia y una crisis político y social profunda, estos rostros curtidos por cemento son la permanencia de una realidad a la que a diario le pasamos por encima, tomando un café, con premura hacia el trabajo mirando el teléfono, pareciera que ellos se conviertieron en parte del paisaje. El lente de Marcelo se afirma de las palabras de Díamela Eltit construyendo al “Padre Mío” y se centra en “la fijación en mundos cruzados por energías y sentidos diferenciadores de un sistema social y cultural visible”, como parte de la itinerancia que la estructura margina para sostenerse intocable, para meter bajo la alfombra eso de lo que nadie se hace cargo. Pobreza romantizada por todxs, llagas y precarización que parecemos evidenciar como escudo para no involucrarnos, una anecdota en este tramado urbano que nos exige mentalidad de tiburon.
Cada ciudad tiene sus “zonas de dolor” y nuestro añero Los Andes elaboró las suyas. Preocupados estamos por embellecer la ciudad, con el apuro de jardinero podando lo inservible, escuchamos evocación de limpieza, de eliminación, de sacar lo que nos estorba a nuestras concepciones estéticas, la ciudad pulcra, pulida…”bella” y recalco las comillas como si me sirvieran para sostener la ironía, un orden cosmético que a ratos nos obsesiona. Estos rostros habitan la aspereza de la calle como hogar; se acompañan unos a otros, algunos reconocen su disidencia, se autoexcluyen de un sistema desequilibrado y salvaje. Se reconocen pobres de dinero, ricos de espíritu, con la sonrisa como vigilia de vida para evitar el derrumbe. Los vehículos pasan construyendo una mirada “como si no debiésemos existir” dicen ¿dónde comen? ¿dónde duermen? ¿dónde lo íntimo? ¿dónde el lujo llamado vida privada? ¿dónde la lágrima?
No me malentiendan, no está mal celebrar, también celebro esta ciudad de calma incrustada, lo que está mal es que dejemos de observar.
Leandro, 47 años. El chico de las cumbias, 15 años bailando por las calles de la ciudad. El Pink Floyd, edad desconocida, frecuenta junto al Mario y varios compañeros más la alameda de Los Andes hace ya varios años. Fidel, 46 años, conocido como «El Terremoto», criado en un entorno hostil, rodeado de violencia, drogas, muerte, etc. busca sobreponerse, no reniega de su pasado ni el de su familia. Filomena Castro, 70 años. Durante 20 acomoda vehículos, recicla latas de aluminio y convive con el rigor de la calle. Rodrigo, 45 años. El Roro transita a diario por las veredas de la ciudad en busca del sustento. Mario, conocido entre sus pares como él Loco Mario, 56 años, vive en la calle, intenta pasar los días acompañado de sus amigos. Se crió en el mundo del hampa, no reniega, se enorgullece. Claudio Caneo, conocido popularmente como El Caneo. 47 años y desde hace 15 ha hecho de las afuera del conocido local comercial Emporio Económico su oficina, dice él.
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