por Jorge Cancino Palma

El decálogo de Daniel Pennac sobre los Derechos del lector comienza con la incendiaria “1º El derecho a no leer” y sigue con un bello “El verbo leer no soporta el imperativo. Aversión que comparte con otros verbos: el verbo “amar”, el verbo “soñar”. La antropóloga Michelle Petit, de larga carrera en fomento lector, dijo que en pandemia “las exhortaciones a leer son tan pesadas que termino con ganas de ir a nadar”.

Como avance técnico (gracias Gutemberg), el libro generó una “democratización” del conocimiento, las comillas van porque esa democratización implicaba dejar que fuera algo exclusivo de la realeza y abrirlo a la burguesía que ahora podía permitirse pagarlo, no es que todo el mundo pudiese acceder, seguía siendo caro. El surgimiento del libro es más importante por los avances culturales que provocó que por el objeto en si mismo, el objeto libro en tanto objeto es un avance técnico maravilloso: permitió a universitarios acceder a copias que antes era imposibles, lo hizo más transportable, permitió difundir conocimiento velado antiguamente y, esto es lo más bello, le quitó el predominio de la producción del conocimiento a la iglesia católica.

El libro es una ventana al mundo y a otros mundos. Según el psicoanalista Miguel Ugalde (si, el que habla con Edo Caroe) el libro y la lectura se han convertido en una señal de estatus intelectual que nos posiciona, querámoslo o no, en un sitio en particular: están los que leen (ángeles) y los que no leen  (demonios), en ese entorno, muchas veces al ámbito del libro y la lectura comete el error de configurarse solo para los lectores, dejando afuera a los no lectores.  El lector es quien va a entrar a una biblioteca a “bucear” en los libros y disfrutar tocarlos, mirarlos e imaginar con ellos; el no lector es quien entra con temor a perderse, quien necesita una mano que lo guíe, desde un bibliotecario o librero, hasta las señaléticas que le harán más amable su recorrido, un espacio que lo acoja. Lo mismo pasa en librerías, una librería sin catalogar, sin orden lógico, espanta a un no lector que no está preparado para el romanticismo de “perderse” entre los estantes.

¿A que voy?  a que no cometamos el error de convertir la lectura en un fetiche hacia el libro, en un acto de estatus que, por debajo de la mesa, nos posiciona encima de otros que no leen (los condenados), el libro no debería ser una vara de snobismo con la que medimos al resto ¿El formato?  poco debería importar, el libro en papel es inigualable, que duda cabe, el aroma, la textura, el poder marcar las páginas, son acciones que forman parte de una experiencia lectora, y recalco UNA, pues hay tantas experiencias de lectura como lectores. Algunos prefieren digital por su comodidad, pueden transpórtalos en el bolsillo, teniendo acceso a una biblioteca completa en un aparato que no pesa más de 200 grs, sin mencionar que el libro electrónico es bastante más barato. Es hora de reconocerlo, el libro es un elemento caro (no podemos ignorar lo perverso de la industria editorial), más en Chile en donde la vida atosiga y las deudas ahorcan ¿le puedo pedir a una familia que gaste un porcentaje en libros y no en un asado familiar el fin de semana para distenderse juntos?¿podemos culparlos por preferir el carnaval familiar? Sería ideal que leyeran, por supuesto, quién podría negarse a eso, pero debemos entender contextos culturales, y dejar de catalogar al no lector como un ignorante y al lector como un ser iluminado, también dejar de sacralizar la lectura pues tampoco es la única forma del conocimiento, ya lo saben las culturas indígenas con siglos de tradición oral.

El libro (en cualquier formato) debe ser un elemento democratizador, algo que nos una en tanto es un goce, no en una forma de evaluar a otros, de hacerlos sentir menos. En 2020 durante mayo se hicieron 61.824 prestamos en la Biblioteca Publica Digital, 100% más que en el mismo periodo del año anterior ¿Están mal esas lecturas por no ser en papel? ¿Son menos fructíferas esas horas de fantasía? ¿Vamos a establecer una policía de la lectura que evalué al lector dependiendo del formato en que leyó? Hacer una discriminación así es un lujo en un país que poco lee. Yo, un no lector, comienzo a leer algo en mi celular y me tengo que enfrentar a un ejercito de románticos que me condenan por el formato.

Pennac continua diciendo que un libro obligado es un niño dormido, la inquisición de la lectura solo aleja al no lector, lo tensiona hasta odiar el acto mismo de leer. La mejor forma en que los niños lean es ¿adivinen cuál?  que vean a sus referentes leer, ya lo dimensionó la publicidad con los influencers quienes no nos dicen “compra”, sino que”yo uso esto, deberías usarlo tú también”, apropiémonos de esa estrategia para la lectura, dejemos el discurso sacrosanto de que sin leer no somos nada, pues leer es ante todo un goce, no una forma de posicionarme.

Hay autorxs para cada lector y un formato para cada experiencia, todas son bienvenidas, lo importante es que leamos.

*Perdón por las “x” a los puristas.