Por Raúl Crisóstomo
“El lenguaje varía según los contextos” (Echeverría, R. 2007) y, frente a dicho postulado, es importante reconocer que “el monopolio del clic” levantó un porcentaje destacado de individuos mayormente informados pero alejados o desentendidos de los códigos digitales que se han levantado en los últimos años. Frente a esto, la docencia entra en un dinámico escenario; pensar la elaboración de estrategias desde una vereda ajena a la que acostumbra, considerando sin dudas, la enorme distancia de valor existente en plano pedagógico entre la interacción directa y la virtual.
Este escenario desconocido ha marcado fuertemente tres realidades; 1) la necesidad de reflexionar la pedagogía fuera de los espacios y recursos comunes en (y con) los que se desarrolla (no únicamente desde lo virtual) y ajustarla a los requerimientos generacionales que se presentan, reconociendo elementos de vínculo y rescate desde todos los rincones de lo cotidiano, 2) el predominio de aquellas perspectivas cuantitativas que se tienen sobre la enseñanza, evidenciándose en un descalculado y avasallador envío de documentos a resolver, desestimando las distintas realidades que se viven en las escuelas y liceos del país, y universalizando condiciones mínimas de acceso a esta controversial manera de “avanzar”, y 3) el aislamiento de la educación, entregada a instituciones únicas frente a un exterior obstaculizador del desarrollo de sus ideales. Tres cuestiones, lógicamente articulables.
Sobre el primer punto, la reflexión es fresca y potencialmente inmadura. La crisis provocada por la pandemia posicionó a los docentes, estudiantes y sus familias en un contexto que fija un espacio no natural en términos de orientación educativa formal (la casa, hogar), dando vida a una “red social” virtual focalizada en un “proceso de enseñanza”. Este escenario, desconocido para todos (bajo el foco ya dicho) determinó los medios y las respuestas de los centros educativos para dar funcionalidad a dicha interacción, lo que ha significado un desarrollo más lleno de complicaciones que de certezas, cuestión natural si se considera que, por un lado, la enseñanza ha sido entendida como un proceso exclusivo de un espacio determinado, y, por otro, que las complicaciones de aquella interacción, podrían atribuirse fuertemente a la “satanización” que se ha hecho de las redes sociales y tecnologías digitales durante este último tiempo, desestimando su potencial para eventuales instancias educativas.
Frente a esto, la necesidad de ver y considerar espacios, recursos y sujetos fuera de los que se han estimado formalmente abre la posibilidad de redefinir la enseñanza desde distintas perspectivas. La fabricación de recursos audiovisuales, cuadros instructivos en detalle, y otra serie de producciones que se han levantado en este contexto se convierten en intentos de otorgar sentido a esta desconocida forma de instruir, las que, en etapa experimental, pese a ser instancias de construcción (hacer, errar, aprender, construir) o de dinamización del ejercicio docente, corren el riesgo de morir dentro de la misma etapa en la que nacieron.
Sin embargo, independiente de cómo se ha llevado a cabo dicha situación, es necesario reconocer la oportunidad que ha generado, al haber situado a los profesores en un espacio fuera del convencional, proyectando un sentido reflexivo del ejercicio docente distinto y abierto a otros escenarios posibles, siempre bajo y dentro de los lineamientos que destaca la disciplina didáctica. De esta manera, cabe preguntarse a qué otros escenarios sería oportuno dirigir estas reflexiones, o de qué manera extrapolar la enseñanza, a fin de estimularla a distintas veredas.
Así mismo, de esta uniforme espacialidad de la enseñanza se ha vuelto a evidenciar la esencia cuantitativa que se tiene de estos procesos. Casi por inercia, las escuelas y liceos del país iniciaron fugazmente un plan de continuación de actividades que se limitó a un envío descalculado de actividades o “tareas” para que los y las estudiantes desarrollaran en sus hogares, caracterizadas por un abordaje contenidista (Areyuna, B. 2010) en la mayoría de las disciplinas. Sin hacer una evaluación crítica o favorable de las estrategias puestas en escena, este tipo de diseños reflejan la desestimación del dinámico escenario emocional que se presenta y de las diversas condiciones en las que se sumen las familias a nivel nacional, factores que, de ser considerados, permitirían abordar la distancia o el proceso educador desde una intención volcada a la contención, en el que las estrategias propias de cada disciplina de estudio adoptarían otras figuras.
Para comprender el sentido de dicho actuar (planificación natural) es importante definir aquellos aspectos de base y de lo que se desprende de ello, cuestión de reconocido tratamiento y que ha llevado a enumerar un amplio espectro de factores causales.
Sin embargo, en términos generales, esta respuesta mecánica (envío de elevados recursos pedagógicos a resolver) de los espacios educacionales se ajusta a la desestimación del “todo” como elementos educativos. Este “todo”, entendido como estructura cultural de un determinado estado, inexistente dentro de los intereses económicos de nuestros gobiernos, puede situar a distintos elementos dentro de la lista, anotados sin un orden lógico. Por ejemplo, considerando la capacidad de impacto, penetración y poder hipnótico de la televisión, debido a su percepción audiovisual (Cerezo.1994: 16) y, el poder que se le concede como instrumento de socialización y formación de hábitos y valores, esta podría transformarse, bajo una intencionalidad orientadora y pensada, en una herramienta de socorro ante la incapacidad de llevar a cabo de forma tradicional los procesos de enseñanza, considerando sus atributos “bien como instrumento para llevar la formación a los lugares alejados, bien para enriquecer la formación presencial desarrolladas en las aulas, o simplemente para aprender a decodificar sus mensajes y lenguajes” (Cabero, J. 2007. P.16)
Sin embargo, la nula perspectiva educativa de los medios masivos de comunicación de nuestro país, transformados en representación marcada de la política convencional o de la lógica competitiva de sus productos (lo que más venda) la invalidan casi naturalmente.
Por ende, dónde buscar dichos atributos educadores desde las grandes estructuras de poder es una interrogante cuya respuesta toma un tono grisáceo, lo que sitúa a los docentes como quienes debieran, reflexiva y colaborativamente, observar y decodificar las cuestiones cotidianas que se mueven a nuestro favor.
Es interesante la lectura de la realidad educativa desde una óptica reflexiva-presente que se logra inducir. Me parece crucial la interpretación, y junto con aquello, entender la necesaria extrapolación entre esta visión, y el mundo academicista, al fin y al cabo la epistemológia de la docencia y los procesos de enseñanza y aprendizaje, que, de alguna manera venían vaticinando este choque (o «crisis» como gustan llamar las/os autores) de lo que se entiende por docencia, el «deber ser» docente, y la acción docencia que se ha venido llevando a cabo por lo menos en el plano latinoamericano. Estas realidades paralelas entre las generaciones del mundo digital, el desarrollo de habilidades para el siglo XXI, con respecto a «nuevas prácticas docentes» se pone en jaque con pandemia, donde pareciera que el ámbito contextual intensiona la necesidad de «recurrir» ha esta bibliografía y experiencias para adecuarnos. Curioso por lo demás. De nosotros y nosotras depende que «el todo» señalado sea jaque mate, o nos paramos en la vereda del arfil, de la reinvención, y de la idea de constante investigación, acción y re-acción de proceso educativo.
¡Un grande Raúl!