Frontis del bar Caribe

por Jorge Cancino y Danilo Herrera

Los Andes no es una ciudad particularmente bohemia, nunca se ha caracterizado por su vida nocturna, llena de música y placeres terrenos. Sin embargo, eso no significa que la ciudad se haya dormido temprano y no haya pasado momentos notables entre paredes de lugares que aún hoy guardan historias de una bohemia acotada pero intensa.

Para conocer uno de esos lugares conversamos con Ximena Bustos, actual dueña del restaurante “El Caribe” ubicado en Av. hermanos Clark en una antigua casona colonial.

El restaurante funcionaba desde comienzos de los años  60´ y fue comprado a Don Luis Tobar por la madre de Ximena después de perder su fuente laboral en un Kiosko que se ubicaba en la esquina de Av. Argentina con hermanos Clark. Es interesante mencionar que en esa época los kioskos no eran lo que hoy conocemos como tal; un kiosko era una construcción de concreto de unos 6 o 7 mt2, con baño, segundo piso y subterráneo en donde se servían sándwiches, empanadas, cigarros, cervezas y bebidas. Cada uno de estos Kioskos estaba instalado a lo largo de la alameda en Av. Argentina, sin embargo fueron demolidos, en rigor para ensanchar el camino, lo que para ella fue era algo innecesario pues finalmente no se ocupó el lugar donde estaba ubicado el Kiosko.

Ya instaladas en nuevas dependencias, en El Caribe se servían igualmente sandwiches y otros dos productos estrella: empanadas y el “famoso” chupe de guatitas, receta que se sirve aún hoy. Junto a ello se preparaban en el mismo local prietas, arrollados, pernil, costillar, chuletas y queso de cabeza. Todo cocinado por la madre de Ximena de quien aprendió las recetas que le permiten mantener esa carta actualmente, a excepción de las empanadas cuya receta nos dice “jamás pudo aprender”. Para beber se ofrecía malta, cerveza, vino, combinado, chicha y chacolí, estos dos últimos menos pedidos hoy en día, pues los gustos han cambiado.

Hasta comienzos en los años 80´ la clientela principal provenía del SILA (sociedad industrial Los Andes), luego del cierre de la misma los trabajadores se dispersaron realizando todo tipo de ocupaciones para salir adelante. De esos antiguos comensales solo va quedando: el Corderito, el Gallardo y el Castrito, quienes de vez en cuando aparecen por el local. Con el tiempo el público  cambió y fueron los aduaneros quienes frecuentaban el restaurante pues trabajaban donde actualmente está el juzgado de garantía. A ellos se sumaron los miembros de gendarmería quienes también se convirtieron en parroquianos fieles.

En esos años el tren de la ciudad estaba en funcionamiento y dada la estratégica ubicación del local era importante funcionar desde temprano y hasta tarde para atender a los viajeros, así como a la ya fiel clientela de obreros. Se abría a las 8:00 a.m. para ofrecer desayuno y posteriormente almuerzo y cerraba de madrugada cerca de las 2:00 a.m., en ocasiones hasta las 5:00 cuando el local se prestaba para alguna celebración. Salían tres trenes diarios a las 13:00, 15:00 y 18:00 hrs y llegaban a las 11:00, 15:00 y 21:00 hrs, este movimiento constante generaba una amplia clientela lo que era acentuado por la falta de competencia, únicamente existía en las cercanías el “Rosedal” donde actualmente se ubica el restaurante “Arunco”. Todo este auge de clientela duró hasta el 90´ aproximadamente.

El bar logró crear una séquito de parroquianos  tan amplio que en sus instalaciones se fundó el Club Social y deportivo “El Caribe” que existió entre los años 87´ y 98´. El club formado por estibadores de la aduana velaba por el bienestar de la comunidad que se había generado entorno al bar. Así, se realizaban actividades en pos de ayudar a familiares y amigos: campeonatos de brisca, cacho o fiestas (por ello el bar a veces se cerraba a las 5:00 a.m.) eran habituales para recaudar fondos. La forma de acceder a este tipo de beneficio era simple: se llegaba con un problema de índole económico, se exponía el caso sustentado con papeles y se determinaba que se haría para ayudar. Esta dinámica nació de los funcionarios aduaneros que se juntaban en el bar a propósito de la enfermedad de “Lalo”, otro trabajador de Aduana.

El club también realizaba encuentros deportivos donde asistían familias completas, y para Navidad se ofrecía una fiesta a los niños y regalos.

La clientela actual es más variada que en esos años, y la oferta de comida y bebida es, con algunas bajas, prácticamente la misma. Sin embargo, los horarios cambiaron, ya no abre hasta tan tarde y el horario se acotó hasta las 10:30 u 11:00. Esto principalmente porque le preocupa parte de la gente que transita por el sector, dice que van jóvenes a la estación de trenes a beber alcohol. Por lo mismo, Ximena piensa que hoy en día se han perdido muchas dinámicas sociales que acercaban a las personas. La irrupción del internet fue haciendo decaer el contacto humano; “las familias se han perdido, no hay comunicación, vas a una casa y están todos jugando en internet cada uno en su pieza”.

El Bar Caribe aún permanece abierto a diario recibiendo a viajeros y trabajadores que parecen no olvidar sus años dorados. La presencia en este lugar de tránsito de viajeros y cercano al centro de la ciudad le permite recibir a todo tipo de comensales y generar un espacio que aún sigue haciendo comunidad, evitando el exceso de tecnología y deleitando con maravillosos platos y tragos. Un trozo de una historia bohemia acotada pero vasta en experiencias y relatos. Dentro de las paredes del Caribe aún se guardan historias de viajeros y obreros que buscaban un lugar de ocio que finalmente se convirtió en una comunidad propia.