En memoria del glorioso Segundo Chato Espinosa. Su espíritu está en las historias acá rescatadas y en honor del gran Luis Matucho Báez cuyos añeros puños aún nos acompañan.

El contenido de este artículo está basado en entrevistas realizadas en 2015, Segundo Espinoza aún vivía y Luis Báez habitaba Centenario. 

Hace años que en Chile el boxeo es un deporte de menor convocatoria. Desde la retirada de Martín Vargas a finales de los 90, abandonó las primeras planas de la prensa, para recluirse en un círculo reducido de deportistas y espectadores. Sin embargo, en su época de auge, entre los años 30` y 70`, el circuito de boxeo se extendía a lo largo del país. En el valle de Aconcagua, el ring era un espacio habitual de encuentro, donde los combates formaban parte de un espectáculo de fuerte arraigo local. Dentro de esto, el barrio Centenario se posicionó como escenario principal, y fue testigo de grandes gestas deportivas por las que pasaron personajes que no podemos olvidar. Aún quedan vestigios de aquella época, encarnados en los relatos de boxeadores y sus familias. Algunos ya no nos acompañan, pero los que sí, conservan un imaginario cargado de anécdotas y relatos de un Los Andes muy distinto. Este artículo habla de dos de los más destacados.

Portada revista "Federación chilena de Boxeo", 1897 - 1985.
Portada revista «Federación chilena de Boxeo», 1897 – 1985.

En varias comunas  del valle de Aconcagua las veladas de boxeo convocaban semanalmente a gran cantidad de espectadores, era el panorama de fin de semana al que asistían no solo varones fanáticos del pugilismo, si no que familias completas, por lo que pronto se convirtió en  un encuentro social. 

El box que se practicaba en la zona era principalmente amateur. Los jóvenes deportistas comenzaban su carrera entre los 10 y 12 años, muchas veces casi por casualidad, como espectadores cercanos que en algún momento y por diferentes razones, fueron llamados a subir al ring. Si tenían habilidades, ingresaban en el circuito local, a través de algún club deportivo o empresa que contase con una rama de deportes. Algunos boxeadores más talentosos que otros, recorrían diferentes comunas y ciudades probando sus habilidades. Quien vencía a los contendores de la zona, se alzaba como Campeón del Aconcagua, una suerte de título no oficial que adquirían los deportistas más avezados.

Se peleaba todos los viernes y sábados, el escenario de la liga era el actual Estadio Centenario, que en ese entonces mantenía un espacio habilitado para los encuentros, un edificio que aún hoy se conserva. La Asociación de boxeo se encargaba de organizar las peleas a las que acudían boxeadores de distintas edades, comunas y clubes deportivos tales como: el Club San Martín de Coquimbito, Calle Larga, San Rafael, San Vicente, Los Andes, Centenario, Ferroviarios, entre otros. Al final del campeonato se elegía a los mejores boxeadores para ir a pelear a grandes ciudades como Valparaíso o Santiago.  

Como resultado de estos eventos, y la práctica generalizada de este deporte, aparecieron exponentes de gran habilidad como el “Cotoyo”, Juan “dinamita” Jelez, “Matucho” Báez, Leonardo Durán, “Chico” Carrera, Juan Lobos y el “Chato” Espinoza.  Este último, fue una de las figuras más importantes a nivel local, pues llegó a disputar el título nacional y enfrentarse al campeón sudamericano Ulises Moya.

Las Glorias del “Chato” Espinoza

Segundo Espinosa conocido como el “Chato” Espinosa, vive en la Villa Sarmiento acompañado de su esposa doña Margarita Gallardo, compañera desde hace más de 50 años. Por azares del destino no es el ex-boxeador quien nos relata su historia, sino que su esposa,  desde hace cuatro años que el alzheimer tiene a don Segundo con pocos momentos de lucidez que le permitan recordar sus días de deportista. Aunque muy activo y aún con mucha de la fuerza de antaño.

Como muchos otros pugilistas de la zona, desde muy joven tuvo la oportunidad de ver los combates que se desarrollaban en el Campeonato de los barrios en los años 40` y 50`.  Aunque a su esposa nunca le agradó verlo golpearse con otro hombre, tuvo que aceptarlo, tal como los padres de él, pues sus constantes victorias evidenciaron un innegable talento desde  temprana edad.

Los inicios del Chato estuvieron ligados al club San Martín de Coquimbito, club de sus amores, que en aquellos tiempos desarrollaba un importante proyecto deportivo enfocado en el atletismo, fútbol y box. Desde sus primeras peleas, alrededor de sus 18 años, fue adquiriendo fama por sus potentes golpes y rápidos noqueos, de tal manera que incluso le ofrecieron ingresar a la FACh en Santiago, aunque finalmente esto no se concretó. Fue en su búsqueda por conseguir trabajo que pudo seguir enriqueciendo su experiencia deportiva, ayq que en Valparaíso, un tiempo después, trabajó y compitió para la Maestranza Barón; aunque no  pasó mucho tiempo antes de que la nostalgia por su tierra natal lo traería de regreso a Los Andes. 

Aún con sus reticencias a salir del Aconcagua a probar suerte o de formarse como boxeador profesional, llegó a cosechar grandes éxitos en este deporte en la categoría mediano – ligero. Recuerda vivamente doña Margarita alguno de los más emocionantes y duros combates que vivió el Chato. Como la pelea con un boxeador argentino en Valparaíso que si bien estaba siendo ganada por su esposo, terminó con un calambre en sus piernas y tener que tirar la toalla en su equipo. Para ella los combates con boxeadores argentinos siempre eran especialmente duros.

El recuerdo más importante que guarda sobre la vida de boxeador de su esposo, es la pelea contra el campeón sudamericano Ulises Moya, un combate gestionado por la asociación de boxeo debido a la fama que  había adquirido don Segundo. El encuentro no fue como  otros. Cada combate lo vivía con emoción, se recuerda a sí misma gritando “dale chatito, dale chatito”. Pero en aquella ocasión solo se escuchaban los golpes de los boxeadores, la tensión en el aire obligaba al silencio. Ya no es muy claro en su memoria si fue una derrota o un empate, pareciendo más seguro lo segundo, fue un encuentro durísimo para ambos deportistas, y aunque casi se mataron ambos terminaron en pie.

Después de alrededor 6 años de peleas, 70 encuentros e impresionantes luchas, don Segundo dejó el ring a finales de los años 60`, momento en el que otros boxeadores del ámbito local se retiraron también del cuadrilátero. Para doña Margarita, es en ese periodo cuando el box decayó definitivamente en Los Andes.

El “Matucho” Baez

Don Luis Báez Suárez, conocido como el Matucho Báez, fue uno de los más importantes boxeadores de Los Andes. Con más de cuarenta peleas a su haber, una victoria frente al campeón chileno y dos emocionantes combates con boxeadores trasandinos, logró conseguir fama tanto a    nivel local como en el  circuito nacional de pugilismo.

El Matucho, hoy de 82 años, es oriundo del barrio Centenario, calle Paraguay si somos precisos. Mecánico soldador de profesión, ex-trabajador de la maestranza de Valparaíso, recuerda sus inicios en el ring como un accidente fortuito.

En esos años – década del 40 – el box andino se vivía con intensidad: las veladas boxeriles se realizaban en el gimnasio Centenario. En dichos eventos, don Luis de 13 o 14 años de edad, junto con sus amigos no perdía oportunidad de ver los combates.

Un día de esos, por ausencia de un contendor tuvo la posibilidad de subir al ring por primera vez a combatir en el Campeonato de los barrios. Su rival, el Orejón Tapia, representante de los ferroviarios, le dio su primera batalla. Aunque estaba seguro de ganar, la pelea no fue fácil. Al segundo round, nuestro boxeador cuenta que, por el nerviosismo, se le caían los brazos. Pese a ello, logró la victoria que luego de tres peleas más, lo conducirán a llevarse el campeonato de los pesos mínimos.

Después de aquel exitoso debut, comenzó entrenar y poco a poco cosechó victorias, posicionándose como el mejor boxeador del Aconcagua. Por ello en el año 53`, logró enfrentarse al campeón de Chile por intermedio de la dirigencia de box andina, en combates de ida y vuelta a 3 rounds. La primera pelea se la llevó don Luis por Knock – out. Sabido era en el mundo del box que pegaba fuerte, lo cual le permitió ganar ese primer encuentro. No obstante, la revancha fue para Manuel León, quien advertido de las habilidades del Matucho en el primer combate, utilizó diferentes medios para cansarlo, evitando que este pudiese desplegar su fuerza. Al final, por puntos, el campeón nacional se llevó la victoria.

Durante esta etapa como boxeador en Los Andes fue también seleccionado nacional para ir al Sudamericano de 1951 en Brasil, lo cual generó un revuelo en la ciudad, con las respectivas noticias que en los periódicos anunciaban dicho acontecimiento. Sin embargo, por cosas del destino, ese año no se realizó el campeonato y don Luis perdió la oportunidad.

A pesar de haberse visto obligado a realizar el servicio militar en el año 52`, el Matucho siguió boxeando. Las compañías del ejército, cuenta él, se lo peleaban, pues su fama ya era extendida en la zona. En esos tiempos, el ejército contaba con selecciones de boxeadores en sus regimientos, con sus respectivos campeonatos militares internos. Dos años participó en dichas selecciones; sin embargo llegado el fin de su servicio, y aunque ofrecieron contratarlo, decidió retirarse de las filas castrenses. La dureza del servicio militar y los maltratos, lo convencieron de seguir otro camino. Fue así como consiguió trabajo en la Maestranza de la Empresa de Ferrocarriles del Estado en Valparaíso, lo que le aseguraba un buen futuro.

Su vida en el Puerto trajo cambios importantes. Los boxeadores estaban mejor preparados, situación que lo llevó a tener que perfeccionarse mucho más. Para lograrlo, se preparó con un rígido entrenador, con el que pasaba una hora y media todos los días después del trabajo, fortaleciendo su cuerpo y aprendiendo las “mañas” propias del box. Sin embargo, durante este periodo su pasión por el deporte decayó, producto de la exigencia de los entrenamientos y la poca flexibilidad, razones que terminaron por agotarlo.

No siguió peleando mucho tiempo más. Ya en 1956, el mismo año en que dejó el ring, vivió algunas de sus experiencias más emocionantes, pues tuvo la oportunidad de combatir con dos boxeadores argentinos, cosechando un empate y una derrota, además de participar en dos campeonatos nacionales.

Para el Matucho Báez, el tiempo que dedicó de su vida al box le trae bellos recuerdos, si bien este deporte no se convirtió en el oficio de su vida, si es una parte significativa de su memoria; la emoción de cada pelea, así como el ambiente en el campeonato, la cordialidad entre los boxeadores, el respeto y admiración del público.

La liga de box del Valle de Aconcagua mantenía como uno de sus ejes principales el Estadio Centenario, un espacio del que hoy, no muchos conocen su existencia, pero que hacía mediados del s. XX albergó una de las dinámicas deportivas y sociales más señeras de la zona ¿Cuántos y cuántas aconcagüinos han destacado en sus disciplinas y la historia no ha hecho justicia con sus figuras? Es necesario que no fijemos la mirada únicamente en el patrimonio de los grandes relatos, en la historia castrense ligada a la zona o en la aristocracia que durante décadas configuró el pasar del valle. También debemos dejar espacio en la palestra para estas historias que establecieron una estructura de sentido de lo que significaba pertenecer a un territorio desde la casi olvidada mirada de barrio.