Por.- Francisca Contreras
En sus orígenes, la noción del patrimonio estaba reservada sólo a bienes de carácter histórico o artístico, y su conservación respondía a la necesidad de mantener vigente en la memoria colectiva, la grandeza o hazañas realizadas por los hombres del pasado. Por lo tanto, los primeros bienes patrimoniales fueron obras de arte (pinturas y esculturas) y monumentos conmemorativos (estatuas, placas y bustos), los cuales servían para otorgarle una carga simbólica al espacio donde eran emplazados (Maderuelo, 2006). Ambas corresponden a representaciones intencionadas del arte y la historia de una sociedad, es decir, hechas con el fin específico para ser conservados (Riegl, 1903).

Esta forma de patrimonio sigue estando presente hoy en día. Cada vez que estamos frente a la estatua de un prócer de la patria (por ejemplo los bustos de O´Higgins y San Martin en la Plaza de Armas de Los Andes), o contemplamos la ornamentación de un edificio público (por ejemplo, las estatuas y jarrones en la Plaza de Armas de San Felipe), estamos observando un tipo de monumento, pero que representa sólo una parte de lo que hoy entendemos por patrimonio.
Por mucho tiempo se ha debatido sobre qué es y que no es patrimonio. En la actualidad, gracias al trabajo de investigadores, gestores culturales y de las propias comunidades que han levantado su voz reclamando la protección de sus bienes culturales, se ha reforzado la idea de que una de las características fundamentales del patrimonio es su constante transformación (Riegl, 1903). Es decir, que el patrimonio puede estar ahí donde antes no lo veíamos, lo cual ha llevado a una evolución de la conservación de bienes patrimoniales en sus más diversas formas y expresiones: histórico, religioso, industrial, musical, culinario, literario, paisajístico, natural, contemporáneo, arquitectónico, urbano, científico, etc.
Pero, ¿por qué el patrimonio se ha vuelto tan importante y se ha expandido tan ampliamente dentro del último siglo, especialmente en el caso de las sociedades occidentales?
Las respuestas a esta sóla pregunta podrían ser tan diversas como lo es en sí mismo el patrimonio; no obstante, nosotros sugerimos dos ideas en particular: en primer lugar, el desarrollo moderno de las sociedades, producto de la revolución industrial y más recientemente por la revolución digital, ha generado un acelerado ritmo de cambio, lo cual ha tenido como resultado la rápida transformación de todo lo que nos rodea y la pérdida de las realidades ya conocidas, lo que implica un modo de ser y hacer las cosas (Choay, 1992); en segundo lugar, y como consecuencia de lo anterior, la evolución de estas sociedades a espacios más libres, con mayor desarrollo de la democracia y con niveles de educación cada vez más altos, ha permitido una revalorización de los espacios patrimoniales donde se puede ver reflejada la identidad cultural, potenciando así su conservación en el tiempo.
Por lo tanto, el patrimonio comprende cada una de las manifestaciones del ser humano (patrimonio cultura) y cada uno de los ambientes donde se han llevado a cabo esas manifestaciones (patrimonio natural y paisaje cultural).
Por otro lado, cabe preguntarse quienes son los encargados de definir qué se conserva y que no se conserva como patrimonio. En principio eran los gobiernos, elites e intelectuales quienes decidían qué bienes eran dignos de ser conservados. Pero hoy en día las propias sociedades, dueñas de ese patrimonio, también han comenzado a trabajar por el reconocimiento de su cultura. De este modo se explica la expansión que ha tenido la noción de patrimonio y que ha implicado redefinir el concepto de monumento, ligado principalmente a manifestaciones materiales de gran valor estético y constructivo; al monumento conmemorativo y artístico, construidos de manera consciente para preservar la memoria colectiva, ahora se agregan los monumentos históricos, naturales, arqueológicos, paleontológicos, religiosos, etc. A diferencia de los primeros, estos fueron creados para fines cotidianos (una iglesia para el pueblo), o bien adquirieron esta categoría por la antigüedad que representan (el hallazgo de un cementerio indígena) (Riegl, 1903).

Centrándonos en el contexto de Aconcagua, encontramos un número importante de bienes, expresiones culturales y escenarios físicos, que dan cuenta de la identidad de las diferentes sociedades que conforman este valle. Si bien todos estos son parte de su patrimonio, sólo unos pocos cuentan con protección legal; algunos, incluso, son desconocidos por la mayoría de los habitantes. Esto demuestra que aún queda mucho por hacer en términos de difusión, protección y puesta en valor del patrimonio cultural y natural de Aconcagua. La pérdida de alguno de ellos significaría un trauma para la construcción de la identidad cultural y el pasado histórico (Choay, 1992), ya que muchos de estos constituyen los pilares fundacionales de las actuales ciudades y localidades existentes.
Este es el caso de la Iglesia y Convento de San Francisco de Curimón, monumento histórico nacional por decreto supremo n°1749 de 1971. A pesar de contar con una declaración oficial, su estado de conservación es bastante malo, quedando en peligro uno de los vestigios más importantes para la historia nacional y local de lo que fue el periodo colonial en Chile y específicamente en Aconcagua.
La iglesia franciscana de Curimón y su convento, son monumentos históricos por ser testimonio físico de dos momentos trascendentales en la historia nacional y local: la fundación de la ciudad de San Felipe en 1741 y el paso del Ejército Libertador por la localidad en 1817 durante la guerra de la Independencia. De estos dos eventos, preferimos poner mayor énfasis en el primero, por su directa conexión con la historia urbana local.
Fue en Curimón, a las afueras del templo franciscano, donde el día 3 de agosto de 1741, Manso de Velasco (por entonces Gobernador del Reino de Chile), fundó la ciudad de San Felipe del Real. Dicho acto formaba parte de la nueva política de fundación de ciudades impulsada por la dinastía Borbona, que tenía por objetivo crear espacios de civilización e integración económica dentro de las colonias españolas; reunir a la población dispersa en los campos y llevarla a vivir dentro de un orden urbano, era el desafío del gobierno español con la población colonial en América.
Por consiguiente, la existencia de la Iglesia y Convento de San Francisco de Curimón, representa un hito patrimonial de crucial relevancia para conocer el origen de San Felipe, ícono del proceso urbanizador en Chile, al ser la primera ciudad creada en el contexto de esta nueva política de fundación de ciudades coloniales durante el siglo XVIII.
Al llegar a este punto, cabe preguntarnos ¿qué habría pasado si esta iglesia no hubiera sobrevivido al paso del tiempo? Posiblemente nada relevante para la existencia diaria de cada habitante de este valle. Pero desde un punto de vista trascendental y colectivo, habría significado un enigma para el conocimiento de nuestros orígenes. La existencia de la iglesia de Curimón nos permite hoy en día responder preguntas sobre cómo era la capacidad constructiva de edificios en altura durante la colonia; la presencia de órdenes religiosas y su influencia sobre la población; la importancia de los espacios religiosos como centros de socialización; la participación de los pobladores en la construcción de ciudades; el desarrollo urbano en la zona; y, en general, cómo hemos evolucionado desde lo material e inmaterial como sociedad.
Pero la iglesia de Curimón es sólo un ejemplo de tantos otros que forman parte del patrimonio de Aconcagua, cada uno importante por su contribución a reforzar el conocimiento sobre la historia y la identidad de este valle y su gente. Asimismo responde al proceso de conservación de bienes patrimoniales que transformaron su condición originaria, de simples obras para un uso utilitario, a monumentos nacionales que permiten rememorar el pasado de una sociedad, en este caso la de Curimón y todas las localidades aledañas.
En definitiva, hay que entender el patrimonio como un aspecto más de la evolución y el progreso de las sociedades. Su capacidad para estar en constante transformación responde al accionar de esas mismas por abordar aspectos importantes de su presente y su memoria, en lugares que antes no habían sido considerados. De este modo se explica la creciente demanda de las propias comunidades por proteger su patrimonio. Ante esta realidad, las autoridades, investigadores y gestores culturales tienen el desafío de apoyar el proceso de reconocimiento de aspectos patrimoniales esenciales en la identidad colectiva de las diferentes localidades, ayudando en su conservación para que las generaciones venideras no encuentren vacíos a la hora de preguntarse sobre su identidad.
Fuentes:
Choay, Francoise, Alegoría del patrimonio, Barcelona, Gustavo Gili, 2007. Título original: L’Allégorie du patrimoine, 1992.
Maderuelo, Javier, El arte en los espacios públicos, ensayo de la obra “Arte público: propuestas especificas”, Departamento de artes visuales, U. de Chile, 2006.
Riegl, Aloïs, El cultomoderno a los monumentos, Madrid, Tercera Edición, Machado Libros, 2008. Título original: Der moderne Denkmalkultus, 1903.